jueves, 13 de marzo de 2014

ACADEMIA DE LA TRISTEZA ( PARTE I )


CREO EN EL MARKETING

Creo en el marketing
como en un dios ciego que creó el mundo.

Dios Don Dinero que Lo Puede Todo.

Por eso creo en el marketing
como en Caín que fue hombre bueno.
Como en Judas que fue víctima de Cristo.

No creo en los genios ni en los talentos.
Tampoco en los malos críticos.
Creo en las bienaventuranzas del marketing
para llegar con los buenos críticos al cielo.

En el marketing como en un dios
rencoroso, de mil ojos, omnisciente, omnipotente
macho cabrío, enciclopédico y cínico.

Pero crematístico y asesino y con alas
de ángel bueno.

Vallejo es un intruso en la poesía peruana,
 y como dijo un poeta japonés recién muerto: “habría
que asesinarlo de nuevo”.

Martín Adán no existe o fue algún leproso.
Juan Ojeda aun no ha nacido, o fue
una alimaña.

César Moro y Oquendo son tramposos.
Pound o Cavafis, palabras huecas o patrañas.

Los verdaderos genios son los hijos
del marketing, ojo; mírelos Ud., señor, sonriendo
en los periódicos, ultramodernos, chick y dueños
del cielo o del infierno.

Quienes se atiborran de gigantografías
firmando autógrafos y monos con organillo
se rodean de los Nobel
y a sí mismos se premian, se coronan
y regalan aplausos, autohomenajes,
autocongratulaciones capaces
de opacar a Tolstoy y Virgilio
o a Vallejo bajo caca de palomas.

Quienes alocan con impecables, hermosas
reediciones, y que son causa de envidia
y enojos, de los mediocres como yo y otros.

Quienes como jurados premian al sobrino.
O quienes venden a su madre
por un poco de prestigio o a su hermana
por un poco de migajas.

Dios no existe,
calidad literaria, identidad nacional, continental
y, lo demás, tampoco.

El país no existe -oh mundo globalizado-
existe el marketig, y vea el ciego
y corra el cojo.







VEAN USTED LO QUE ES UN GENIO


Miguel Ángel: rompiendo a martillazos
al Moisés hecho de mármol,
“¿por qué no hablas?”

Amadeus Mozart: riendo como un loco
y persiguiendo debajo de una mesa
a una doncella para hacerle el amor,
sin importarle que el rey espera
el concierto del genio.

Veas pues lo que es un genio.

Beethoven: oliendo a perro con sarna,
el cabello seboso y en pelotas y grumos,
enamorado y componiendo
su  sonata para piano No. 14 en do
sostenido menor, op. 27 No. 2; es decir,
su  Claro de Luna –aunque él ni soñó
ponerle este título, al escribir la obra
dedicada a su amor Giulietta Guiciardi.

Rabelais: chismeando como un hereje,
siendo sacerdote, haciéndole la vida
imposible al mundo por haber escrito
Gargantua y Pantagruel, con los mejores
vinos agrios, jamón  y ponzoña.

Vean pues lo que es un genio.

Vincent Van Gogh: cortándose la oreja
derecha por no entenderse con Gauguin;
fue al manicomio, pintó sus más
bellos poemas; y luego, muy pobre,
se largó
dejándole al hijo del director, Peyron,
la oportunidad terrible
de hacer tiro al blanco con su rifle
usando los cuadros del gran pintor.
¿Me puede alguien decir quién
en verdad era el loco?

Cervantes: reo ausente huyendo
para que no le corten la mano derecha;
cautivo, encadenado, galeote, preso,
humillado, plagiado; escribiendo su Quijote
en la prisión, ante un reo parecido al suyo.

Homero: el mejor escritor del mundo.
¿Era ciego?

Antonin Artaud: tragando barbitúricos y
tachuelas para suicidarse; ¿era loco?

Quevedo: cojo, políglota; cojo perfecto
pero en espada certero.

Pound: políglota, lúcido como Quevedo,
pero desacertado al apoyar al fascismo;
enjaulado como perro, tratado
como loco en el manicomio.

Vean pues lo que es un genio.

Villón: asaltante de caminos, escribiendo
su propio epitafio al pie de la horca.

Lope: como Fénix de los Ingenios,
con más de quinientos hijos en quinientas
mujeres, pero celoso de la fama inesperada
de Cervantes por su Quijote.

Poe: perfecto enamorado, sacándole hijos
a su sobrina tierna
y muriendo alcohólico para no morir antes
por la rabia de un perro.

Lewis Carroll: sacerdote, Carlos Luis
Dogson, connotado matemático,
enamorado de las tres hermanitas Liddel,
amando a una niña de ocho, Alicia,
a quien le dedica su Alicia en el país
de las Maravillas.

Nabokov: amando hasta el delirio
a una niña de doce, Lolita.

Vea usted lo que son los genios.

Dostoievski: epiléptico, amenazado a
fusilamiento sin ser ejecutado, desterrado,
preso por deudas, para después escribir
La casa de los muertos, Crimen y castigo,
Humillados y ofendidos, Los hermanos
Kamarasov; entre amores incomprendidos.

Proust: se encerró entre paredes forradas
contra ruidos.

Leonardo da Vinci: sabio arquitecto,
filósofo, matemático, musicólogo, poeta;
amenazado por la Santa Inquisición
de ser quemado vivo por abrir y estudiar
la vida y la muerte en los cadáveres.

Mire usted lo que son los genios.

Anton Chejov: muere tuberculoso;
Maupassant: muere al pasarse de opio;
Kafka: muere soñando que se incineren
sus obras, cabalgando una cucaracha.

Hemingway: se mata con su propia
escopeta de cazar leones y búfalos,
dándose el tiro en la boca.

Horacio Quiroga: por un cáncer avanzado
Hace más o menos lo mismo.

Rulfo: se desbarata incomprendido
por la crítica y, luego, por el alcohol;
después de ver apaleada su obra
El llano en llamas, y también
despedazada con hacha
su novela Pedro Páramo; y ya
no escribe más, salvo un guión
de mezcal y nieve, El gallo de oro,
pero en versión
de García Márquez y Carlos Fuentes.

Vea usted, señor, lo que son los genios.

Pero antes, a Esopo: por crítico
lo matan con descaro y satrapismo;
pues, por sabio y honesto, lo arrojaron
desde un alto un abismo.

A Sócrates lo matan por sincero
y agudísimo.

Li Tai Po: cae al río bebiendo bajo la luna,
tratando de poseerla, y se ahoga.

Y en Norteamérica la poeta Silvia Platt
se suicida metiendo su cabeza al horno
de gas.

Vea, señor, lo que son los genios.

Y ahora, tú, amigo; ¿has pensado ya cuál
será tu rumbo, tu destino; cuál tu incierto
acierto o suicidio?

Vea usted lo que son los genios.


URGENCIAS

¿Qué puedo hacer
para ser un escritor famoso?

¿Y si me falta talento
y necesito tengo dinero?

¿Qué puedo
para que sean mis poemas razón de envidia
y manjar de elogios
y ebrios los reciten los ángeles
del cielo?

¿Buscaré a Ribeyro para montar bici
y salir en los periódicos?
¿Arrojar mi sueldo por la ventana
para endiosarlo y cigarros tras vinos
tomarme con él, en Magdalena o Miraflores,
docenas de fotos?

¿Qué puedo hacer
para ser un escritor famoso?

¿Diré a todos Ribeyro fue mi amigo,
aunque dijo Bryce: Ribeyro nunca tuvo amigos,
así que, monos, bájense de su hombro?

¿Hacerme compadre de Bryce, beber con él
votka, a toda moto?
¿Plagiar sus artículos así fuesen de otro?

¿Qué puedo hacer, oh mi Dios,
para ser un escritor famoso?

¿Endulzar mis palinodias a favor de don Mario,
a ver si con ello, yo, un pintoresco papagayo, escalo
sobre su hombro y le pido un prólogo,
y contemplo el mundo desde hombro glorioso?

¿Alabar al Oso de Norteamérica
en tono de sociólogo frustrado, reconociéndome
por desgracia peruano?
¿Hablar mal de mi país y que
si yo pudiera lo vendo al mejor postor:
Japón o Alemania, y hacerme fama de patibulario
por vender a mi madre y a mis hermanos? 

¿Qué puedo hacer, Santo Dios,
para ser un escritor famoso?
¿Lanzarme de una vieja escalera
para causar lástima a mis amigos y enemigos, 
y todo me mimen como a un mono cojo?
¿Vestirme de corsario
y lucir un garfio o un parche en el ojo?

¿Decir a los periódicos: “tengo cáncer, amigos”?
¿O, “sufro del corazón? ¿O de una almorrana
impenitente
para ganarme el consuelo
y mis novelas aburridas se vendan
como pan caliente?

¿Adelantarme al Presidente, y
recibir la fama de su patadita disidente?
¿Quemo a Cristo en su cruz como a un gato?
¿Voy a palacio y me orino en la puerta
y recito
mi granada de poemas incendiarios
y agarro fama de poeta ocioso y maldito?

¿Qué puedo hacer, amigo congresista,
Señor Presidente,
para ser un escritor famoso?

¿Casarme tres veces con la misma mujer de otros?
¿Poner encinta a mi suegra?
¿Buscar la bendición del Papa a mis poemas?

¿Buscar liarme con el Canciller o con
el presidente del Congreso?
¿Retarlo con espada de palo o mi pistola de yeso?
¿Ganar un Premio Literario en remoto pueblo
de España
y hacer el aspaviento
como de haber sido iluminado un rayo?
¿O de haber ganado el Premio Planeta?

¡Piedad, Piedad! Oh, ¿qué puedo hacer,
oh mi Dios del Cielo,
para ser un escritor famoso?

¿Calato, capear un toro en la Plaza de Acho?
¿Elaboro una antología y yo mismo
en primer lugar
me antologo, como lo hacen tantos tontos y otros?

¿Vestirme de Hemingway y, desnudo el torso,
y en short
y de pie, escribir como él,
con aires de genio bobo y antes del Nobel
y cuando era menos famoso?

¿Oh, mi Señor, apiádate de mis lágrimas de loro!
¿No ves que aúllo y te suplico hecho un mono?
¿Dónde hallar la fama, dónde
encender ese foco mítico, para ser universal,
¡cósmico!,
o enloquezco
o me desconozco?
¿A quién pagar con mi hermana o mi abuela
para que ilumine mi marketing?
¿A quién, para que hable de mí, la Urraca?
¿A quién, para que en TV me mime la Valcárcel?

¿Para ser famoso debo declarar
que tuve un hijo carcelero con la Gloria Trevi?
¿Jalarle a Hildebrant las orejas en plena TV?
¿Boxear, medio round, siquiera medio round,
con Denegri y tomarme una foto?


MANIFIESTO

De esto está compuesto el hombre.
De humillaciones y falsos vaticinios.
De patíbulos en decretos píos.
De lloros en remiendos.
De tantos equívocos; de no tener hijos.
De tenerlos por olvido. De cuántos olvidos
está hecho el hijo del hombre.

¿De qué si no está hecho el hombre?

De mendrugos y trastos viejos.
De demonios y ángeles perversos.
Y como tal es su tristeza: de huesos 
y pólvora está hecho el amor del hombre.

De carrozas y toros arrastrando osarios.
De dudas y palomas arrastrando lágrimas.
Y cuando levita, se incendia;
De cuántas carrozas y toros;
de cuántos incendios y dudas
está hecho el incendio de un hombre.

De deslumbramientos infinitos y pavor
al cosmos. De asombros.
De trigos y molinos bajo el cielo.
De galaxias interiores y ríos de universos.
Del descubrir que dentro de sus ojos hay
otros cielos, otros ojos; y que
dentro esos cielos y sus hombros,
se estremecen y brillan, esquivos,
nuevos códigos, astros, viajan aerolitos.
De cuántos asombros,  de cuántos
cielos y códigos
está compuesto el molino del hombre.

De lágrimas sin testigos; de imprecaciones a Dios.
De oraciones sin credo. De vacíos y
desafíos; de confidencias con lo desconocido.
De desatinos y tristes veredictos.
Y como tal es su amor, el desearnos a ti y a mí
la muerte en un beso; de esto
está compuesto el beso del hombre.

De pena. Cuánta pena.
Cuánta soledad y tanto frío.
Del dulce pan de higo y falta de abrigo.
De tanto ir reo en el río de sí mismo.
De alguien que ha muerto, y ya fuimos.
De alguien que está muriendo y tiene tus ojos.
De cuántos que aún somos.
De cuántos que fuimos; de eso
está hecho lo desconocido del hombre.

De tanto cavar una tumba en nosotros mismos.
De tanto morir y orar por el sino adverso.
De inventar su lápida antes de estar muerto.
Y de tanta luz por ciego amor al cielo:
De eso está hecho el resplandor de un hombre.

De fe y remordimiento, y muchos anhelos.
De tanto lobo y cordero, a falta de amigos.
De mal padre y buen hijo.
De buen esposo y mal amigo.
De mucho huir y llorar abismos.
De tanto amor al país y tan asesino del mismo.
Y por odiar su mapa, su raíz,
su casa  –y una gallina de oro en sus sueños–
y por no amar el arco iris que nace de él mismo;
buscando casa, consuelo; de eso
están hechos los sueños del hombre.

¿Si no, de qué está compuesto el hombre?

De horarios, armisticios.
De trampas, barcos y tesoros ilusorios.
De matar –por amor– al anciano y al niño.
De agujeros negros y planetas escondidos.
De tigres encadenados en la palma de su mano.
Tanta eutanasia y tanta filantropía en el tigre
que es el hombre. Y por tanta contradicción
en él mismo: de esto
están hechos los tigres que hacen un hombre.

De corazón y ciervo.
De bala para humillar o bala para ser tu amigo.
De tanto suplicar auxilio y tanta ausencia de Dios.
De suicidio, celos.
Y por tantas ganas de ser político, para ser
legal y delictivo: de eso; ¿si no, de qué
están hechas las leyes y
el suicidio del hombre?

De piedad sin prójimo.
De piedad y fusilamiento, de mística y litigio.
De ciencia y asno afilando aritmética.
De cibernética filosofando su tristeza.
De amorosos reproches: “felones, yo los bendigo...”
Renombres, actos ilícitos.
Y de tanto querer al mundo, y ser
su paisaje, su río; de cuántas felonías está
hecho lo ilícito en el espejo de un hombre.

De sabio pero siniestro y prístino.
De catedrático y salvajísimo.
De oraciones y paredón, y de buen
corazón rodando en saxofones
y mundos; y por
saberse solo, y amar al mundo, al sabio, al niño;
de cuántos paredones y mundos
está compuesto el amor del hombre y su lloro.

De azufre y cloro, si es pobre.
De oro y óxidos, si es rico.
De periódicos donde se le ve inocente y reo.
De cuchillos y ternuras.
De apareamientos y linchamientos
y templos con
fumaderos de hartazgo y desafíos.
Y de tanta gloria, embarazos y olvido:
De cuántos olvidos están hechos
los periódicos donde se lee el hombre.

De asaltos al cielo.
Del suicidio de su Ángel de la Guarda.
De prudencias y sinrazones para seguir viviendo.
Del perdón y condecoraciones al juez y asesino.
A bofetadas y bayonetas.
Todo corazones; de eso
está hecho el corazón del hombre.

De corbatas y genocidio con modales finos.
De infidencias, fotografías y prodigios
que lo honren como hombre y político.

De muerte, tribulaciones
y trascendentes fanatismos.
De catecismo, derrotas y amores equívocos.
Y por tonto y por digno;
por sutil y bobo, a sombras y
remiendos –con sus  falsos juramentos–; de eso
está compuesto el testimonio y 
la sombra del rayo del hombre.

Son las plegarias y todo el amor posible
que podríamos jurar, ante el patíbulo,
en su nombre.

Solo pide tu perdón y le des tus bendiciones.





¿QUIÉN SOY YO QUE ME DESCONOZCO?

¿Quién soy yo que no me reconozco?
¿Quién soy cuando subo al micro?
¿Quién cuando me baño y me enjabono?
¿Quién soy yo en este otro, de pronto?

¿Quién, cuando avanzo por calles y plazas?
¿Quién, cuando al saludar, sonrío,
y para no estar triste, leo un periódico?
¿Quién, cuando me desabotono?
¿Quién, cuando me descifro en otros?

En la mosca, en el auto, en el poste
veo cientos, miles de ríos y vidas,
imposibles rostros, máscaras,
difusas sombras, nubes de las más sencillas
y extrañas. ¿Quién soy de ese alcohólico,
de esa araña? ¿De ese párroco o de
ese músico mutilado y que pide, enjuicia?

¿Quién, de ese médico que en el mal de otros
ve su propio diagnóstico?

¿Quién soy yo en esta ciudad de asombros?
¿Quién soy yo en este cómo, de pronto?
¿Quién, cuando, ecuánime, siento esta carie?
¿Quién, cuando la limpio con un fósforo?
¿Quién soy ante esa carie y ese fósforo?

¿Quién soy? ¿Alguien que te ha herido?
¿Que has herido tú porque te has mentido?

¿Quién soy que estoy perdido
y no pido auxilio? ¿Quién soy que no lo siento?
¿Quién soy que estoy aquí en la horca,
y estoy fumando, riendo?






HAY TIEMPO Y SUEÑOS

Hay tiempo y sueños para todo; pues,
para esto nació el hombre:

Para soñarse rey Midas y ser un despojo.
Para sembrar bueyes y molino en el ojo.
Para cosechar trigos con almíbar e infierno.
Para elevarse muralla sobre sus sueños.
Para coser alas a los ruegos de sus ángeles.
Para inventarse dioses y reinos.
Para fundar lagos, lenguas y naciones.
Hay tiempo y oraciones
para todo; pues,
con esperanza y medallones:
para esto ha de vivir el hombre.

Para avizorar templos y lecciones.
Para ensalzarse dios en sí mismo.
Para procurarse himnos de hierro y proverbios.
Para alzar puentes y diques sobre sus huesos.
Para trabajar como buey, como trueno y trigo.
Hay tiempo y sueños para todo, pues
con azote y sinrazones,
para esto nació el hombre.

Para los goznes del ocio y el goce.
Para llenarse de mujer e hijos.
Para sostener en sus manos cosechas y vaticinios.
Para abrigar las lluvias con sus pechos.
Para nutrirse de nubes y profetizar destinos.
Para sostener su frente con los lirios del arco iris.
Para salvarse del animal sobre el político.
Para adoctrinar semillas en sí mismo.
Para reencarnarse en el rayo, la oca y el monte.
Para sembrar y multiplicar sus sueños; pues
con sueños y cojones:
para esto procreó la mujer al hombre.




NO SOY HOMBRE DE TALENTO

No soy hombre de talento;
eso sería rebajar mi espíritu: soy hombre de talentos.

Talento para renacer, talento para sobrevivir.
Talento para reconocer que hemos sufrido.
Talento para saber que hemos perdido.
Talento para ver que no sé lo que digo.

Talento para reinar sobre los más altos abismos.
Talento para reconocer mis abismales vacíos.
Talento para ver que, así diga no, voy sin sentido.
Talento para sentir que, aún en líos, sé lo que digo.

Talento para amar.
Talento para replantear.
Talento para juzgar que donde ganamos hemos perdido.
Talento para odiar donde más hemos amado.
Talento para creernos santos cuando hemos pecado.
Talento para reír de nuestro propio desvarío.
Talento para burlarnos de nuestros exitosos fracasos.

Talento para reincidir cuando dudamos haber triunfado.
Cuando dimos por luminoso lo que era un fiasco.
Cuando creímos ingenioso lo que era un batacazo.
Cuando dimos por sabio lo que era dignos de un asno.   

Talento para hermanar.
Talento para abrazar.
Talento para avizorar que tras esa bestia hay un ser humano.



INFELIZMENTE, NO SOY

Infelizmente, no soy
los poetas que más amo.

Me considero el ser más asno.

No soy el catalejo de Drumond de Andrade.
Ni la saudade de Vinicius de Moraes.
Soy solo yo mismo.
Me considero el ser más taimado.

Infelizmente, no soy
los poetas que más amo.

No soy el poeta mejicano Jaime Sabines.
Ni Rabelais burlándose del reino; pero
siento en mi corazón, un rebuzno,
la calavera de Leonardo, y que me hablan
los atabales de Picasso y el piano del Dalí alado.

Infelizmente, no soy Rimbaud ni el Conde
de Lautreamond en su naufragio; nada
de Fracois Villon y sus versos de ahorcado.
Nada de Baudelaire. A tan poco corazón,
por desgracia, soy yo mismo.
Infelizmente, no soy
los poetas que más amo.

¿Heredé
los huesos melódicos de algún lírico apaleado?
¿Debo usar un casco? ¿Y en el casco una cirio
encendido?
Debo ser un caso.

Ni Vallejo, ni Quevedo. Ni Martín Adán.
Ni César Moro en su tortuga, cabalgando.
Por desgracia, no soy Oquendo de Amat.
Por desgracia, soy yo mismo. Un fiasco.

Infelizmente, no soy un iluminado.
No soy los poetas que más amo.

Nunca seré un Bethoven levitando;
ni las lágrimas de un Vivaldi enamorado
en fragancias de rosas; pero resuenan
en mi corazón los cascabeles del orfebre
Marc Chagal;
los rondines emplumados de Buñuel; el oboe
azul de Omar Khayyam; un folk rock de Jerónimo
Bosch hirviendo en su melancólico perol.
¡Eso sí!,
por desgracia, debo ser de todos, lo peor.
Soy yo mismo. Infelizmente, no soy un santo.
No soy los poetas que tanto amo.

Infelizmente, no sé
quién soy. Infelizmente, no sé
qué digo ni qué hago, ni qué instrumento
ejecutar en este rebuzno de asno.

Mi falta de vanidad. Mi falta de reposo
y mi gozo, sin amor por mí mismo,
me hacen el trombón
y el más alunado fagot.

De milagro, soy nadie.
¿Alguien podría ser más dichoso?




ADIÓS SIN DESPEDIDAS

Todos los días sean una despedida.
Hasta siempre, amor, hasta siempre.

Brindemos porque nos veamos pronto
-si tenemos suerte, vida;
si la vida lo permite-; pero, sabiendo
que todo avanza, se acaba, se esfuma;
que no hay primavera sin antes, otoño
-ni granada de rosas sin esquirlas-
pues todo marcha y deviene fatalías.
Hasta siempre, amor, hasta siempre.
Todos los días sean una despedida.

No lo podemos negar, la vida es jodida.
Es mono con trampa, puñales y jaurías.
Y, cuando menos, nos exhibe en jaula.
Pero brindemos porque así duela,
reconoce, ése es el sino, su trono, su barca.
Y, así, su hacha de dudas y su dolor de muela.
Pues, cuándo no, el óxido enfrentó al cuchillo.
Y cuándo el cuchillo antes no fue remo.
Y cómo, vivir es a veces forma de suicidio.
O es forma de exilio en nosotros mismos.

¡Vida, vida!
Juego de azar, pompa de luz, ave o centella.
O perfume de insidia y carne malhadada,
donde más se pierde que se gana;
más se da mundo, y se recibe nada.
Y cuanto más trabajas, caca de paloma.
Y cuánto más ames, más duele la pedrada.

Hasta siempre, amor, hasta siempre.
Pero no nos digamos adiós.
Ni siquiera hasta mañana. Aunque la vida es
carrusel de lobos, sin retorno. Hueso de flor,
ojo de sierpe, con oscilar y filo de cizaña.

No nos digamos adiós que todavía
hay un ojo y un mañana, y nos espían. No; no
nos digamos adiós, si hay un hoy y tiene espinas.
Un partir de lo más hondo. O un mar de enigmas,
que es el morir, y amenaza con naufragios y hastío.
Y es reclamo en el remoto país del Yo Solo.

Hasta siempre, amor, hasta pronto.
Dejemos atrás polillados augurios, los falsos
horóscopos de los mosquitos bohemios disidentes.
El horóscopo jamás mordió moneda de oro.
Nosotros viajamos, el corazón permanece.
En cada adiós hay un dios cautivo. Que nos dice:
vuelve. Y otro dios, el del olvido. Nosotros
partimos, lo esencial es renuevo y florece.
La vida es muy simple, aunque intriga.
Es señuelo y sorprende.

Sea este acontecimiento: homenaje

a un día sin fiesta, perpetuo, como los ángeles

de Boticcelli. Sólo de vida.

Que tan sencillo día sea motín de mieles.

Que las uvas se rebelen como rojos leones.
Y agiten sus zarpas, líquidas uvas, botellas y flautines.
Y nos atropellen vinos, sin químicas ni paracaídas.

Un brindis contigo, de vida a vida.
Un arco iris en el abrazo.
Un beso en el jardín de la mejilla.
Un sorbo de plegaria sin daga deicida.
La caricia de un ángel ebrio herido
por el rayo de tu sonrisa en tu mano.
Donde el amor nos hace incendio y pararrayos.
Y donde huye la muerte, porque nos amamos.
Un adiós sin decirnos adiós. Ni un hasta pronto.
Una despedida pero con ancla y pronto retorno.

Sean así todos los días, combatientes,
              de copas humildes pero sangrando viñas. 
Hagamos del hoy que los vinos subleven el cielo.

Que los ángeles beodos y piratas

                     alquilen sus alas

             o las incendien para más vino,

                          y nos elevemos

en helicópteros de uvas y porrones, a fundar nuevos
                         templo en delirio
               y paradisíacos mandamientos.

Y sea este día eterna despedida y retorno eterno.
Un beso en retoño, un abrazo fosforescente, y veremos...
Hasta siempre, amor, hasta pronto.

La vida es triste, qué jodida es la vida.
Pero sea ésta,
                     plegaria,
                        sorbo de vid,
                           diaria alegría.






GABY GABRIELA


Mañana nunca llega.
Mañana es jamás.
Mañana no es ahora ni en luna llena.
Mañana, herida abierta.
Mañana es una hiena que ríe y muerde.
Alas de mariposa siniestra.
¡Canto hipnótico de sirena!

Mañana no es una adivinanza;
no es una quimera, ni una odisea;
pero sí olla de grillos,
la panza de una ballena.

Porque mañana es siempre mañana.
Y mañana nunca llega.
Ni mañana ni en primavera.
Y ése es el dilema, aquí y en Alejandría,
nudos, vacíos y perezas
que jamás se desenredan.

¡Desespera y ahoga!
Mañana es eterna promesa.
¡Y una futura despedida y en deshora!

Pues es mañana, mañana.
Y mañana es siempre después, pero no ahora.
¡Una honda y perra herida!
Una promesa incumplida.
La olla que se promete y no se sirve
y la comida que no se toca
y se arroja.

Y si hay alguien que desespera
es porque quiere que mañana
venga, después, mañana;
y te equivocas, Gabriela,
porque el mañana no es ciempiés
ni es robot computadora que te obedezca.

Gaby Gabriela, ¿me oyes?
Mañana nunca vuelve ni llega,
siempre se fue, siempre estuvo allá, a distancia;
y se aleja más y más todos los días;
mañana no espera, es reloj de fantasía;
mañana sólo desespera, trasnoche, noche y día.

Mañana es siempre lunes o martes
y hoy es miércoles
y siempre será tarde si es temprano,
y siempre será mañana si es de noche
y siempre será antes si has madrugado,
o después si a tiempo has llegado
o pasado mañana si caes en el justo momento,
o quién sabe luego, hoy no es, pero nunca ahora;
-¿Entiendes, Gabriela?- Te preguntas,
porque, según ves, mañana nunca llega.
-¿Vivir, no es un eterno pasado?
-¿Morir, un eterno presente?- y dudas, consultas.

Pero, tú estás herida y lloras
porque esperas que ese mañana venga
y es un tiempo que demora; fatua,
crees que ese lejano día y esa hora
fácil vendrán a buscarte sin postergaciones;
pero, mira que ese mañana demora y demora
porque nunca llega; siempre será
mofa cruel,
clavo herrumbrado,
diente de rata y ponzoña.
Y grave aguja quemada ayer y ahora. 

Gabriela:
y la araña teje su fábrica de seda;
y la rata cava una cueva numérica;
y la perra pare una jauría incierta;
y la barba crece y encanece noche y día;
y el rey nace, se casa, enreuma y muere.
Mañana no espera ni vuelve.
Mañana nunca llega, nada resuelve.

Pero, no, Gabriela, no.
Deja las cítaras para otro día.
Deja los cantos histéricos de sirena.
Cambia, Gabriela,
gira las hélices y oriéntalas para otro norte.

¡Míralo y contémplalo en el espejo!
Y no llores ni reclames, Gabriela,
si engañada ves y no tan distante.
¡Y te das a la lágrima y a la pena!
¡Y haces tu lápida vacilante!
Y lloras, ilusa, sobre tus cadenas.
Siendo que mañana no está lejos;
está cerca en tu nariz delante,
bailando como lombriz, gitana,
¡zumbando como el vuelo de una abeja!

¡Te presto mis catalejos!
¡Míralo con tu larga vista!
Mañana es hoy una fiesta,
toda una cita cumplida.
Mañana está aquí ahora incompartida
o comprometida para toda una vida.

Crío de fantasma quien vacila.
Crío de mosca quien se agusana.
Crío de sierpe quien reclama.
Mañana, mañana, mañana.
Mentira, mentira, mentira.

Mañana es hoy todo el día.
Mañana ha llegado por fin toda la hora.
¡Y lo postergado es hoy todos los días!



¿DE QUE MORIREMOS?
¿De qué moriremos?
¿De qué te estás muriendo?

¿De místico? ¿Levitando
como mosca musical que eleva vuelo?

¿Atragantado por la belleza orquestada
de un crisantemo?

¿Por el rayo de un rocío donde
leías tú, tu destino de enigma inconfeso?

¿De susto, al ver por ti a tu enemiga
amorosa, embarazada? ¿De pisar un rayo herido
en el azul piano de tu tristeza?
¿De la muela equivocada que te sacó
tu mal amigo?

¿De qué moriremos?
¿De qué te estás muriendo?

¿Prisionero en la jaula de un rocío?
¿Por un enema mal puesto?
¿Poniéndote los calzoncillos?
¿De pujos por un soneto que no te salía?
¿Por el embrujo de una amiga
y el antojo que te dejó su ombligo
al descubrirle un lirio tierno floreciendo?
¿Mientras te tocaban la trompeta?

¿Atropellado
por camioneta de repollos mientras hilabas
una rima?
¿Por un triciclo de penas que se te
vino encima?
¿Leyendo un choclo de poemas 
de tu peor amigo?
¿Por culpa de tu Angel de la Guarda,
leproso,
tocando blue-jazz en un saxofón herido?
¿Herido por el reloj de tu melancolía?

¿O de qué moriremos?
¿De qué te estás muriendo?

¿Del balazo de tristeza
que te clavó de celos una poeta lagartija?
¿Dando de comer a tus gatos
un domingo cualquiera? ¿Apaleado
por tu suegra por las puras alverjas?

¿Clavando tu zapato agripado? 
¿Asaltado por un poeta lírico?
¿Del accidente gramatical de donde
te asaltó un poema?
¿De un mal puesto fonema en tu rima?
¿Ahorcado con el brassier
de una poeta niña y no con el olor
de sus axilas en poesía lobezna y etérea?
¿Por la crisis de felonía
de tu rencoroso Ángel de la Guarda?
¿Apuñalado por un manco cínico?
¿Pateado por un cojo celoso?
¿De orzuelo y mal de ojos?

¿O de qué moriremos?
¿De qué te estás muriendo?

¿Cabalgando el dromedario
en las nalgas de tu amiga, la gorda?
¿Al romperse la soga de tu suicidio?
¿De saber que tu musa paralítica
también era sorda y tullida?

¿Por el soneto que a tu musa se le hizo
lombriz en los intestinos?
¿Por la embolia que le dio a tu gato
de cuerda insanía y bohemia?
¿Al ver filosofía al lustrar tu zapato?
¿Del cuesco de una zorra, académica?

¿O de qué moriremos?
¿De qué te estás muriendo?

¿Chamuscado por un rayo de poesía?
¿Arrepentido
de no visitar a Freund, a diario?
¿Electrocutado en tu celda de melancolía?

¿Devorando una troncha de chancho?
¿Atrapado entre las piernas de una antropóloga?
¿De un dardo bien dado por un crítico? 

¿O de qué moriremos?
¿De que te estás muriendo?

¿De un acceso de melancolía y pereza?
¿Del florero que te caerá en la cabeza?

¿Por la idiotez ilustrísima en la flor de tu osadía?
¿Por un pitbul con rabia que odiaba tu poesía?
¿Por un jurado que premiaba
a su putísima ordalía?
¿Mordido por un poeta que no aceptó tu crítica?

¿O de qué moriremos?
¿De qué te estás muriendo?

¿Asesinado por un orate de ilustre prestigio?
¿Apedreado por un locutor desorejado y
sin nariz?
¿Ametrallado por la ley de otro país?
¿Prisionero en la semilla de un maíz?
¿Asesinado por la lombriz de tu melancolía?

¿O de qué moriremos?
¿De qué te estás muriendo?

¿De pena viendo un día
cómo, al reír, se te caía el pelo?
¿Por la caída súbita de tu diente inquieto?
¿Por el pantano en la novela de tu amigo?
¿Calcinado en la gota de un rayo?
¿De siempre suspirar pensando en Dios?
¿Rezando en la gota de un rocío?

¿Náufrago, en un río de pirañas?
¿Arropando un poema como a un niño
que muere de frío?
¿Amándote con una monja huida del convento?
¿Mondando a una muchacha, dulce como
níspero, a profundidad, en pensamiento?

¿De qué moriremos?
¿De qué te estás muriendo?

¿Asesinado por la perversa lisonja
de un crítico?
¿Por el pétalo musical de una orquídea?
¿Por jugar con la vecina que resultó
encinta al leer tu poesía?
¿Por descubrir una lógica mística
en la ilógica injusticia de toda lírica?

¿Por excelente patada de caballo
de tu propio poema?
¿Al descubrir un ganso defecando tu novela?
¿Por la quijada musical de un asno
que te partió la cabeza en cuatro poemas?

Pues sí:
¿De qué moriremos?
¿De qué te estás muriendo?

¿De tanto remar en el ala de una ballena?
¿De tanto saber, que mueres a diario, que
mueres -te estás muriendo- sin saber qué diablos
te apena, qué fuego te está consumiendo?




QUÉ TARDE ES PARA
AMANECER TAN TEMPRANO

Qué tarde es para amanecer tan temprano.
Cuánta paz para vivir en guerra.
Cuánto bien para vivir miserias.
Qué muertes hay en esta vida perra.

Cuánta desconfianza en quien se fía.
Cuánta osadía en quien se acobarda.
Cuánta alabarda en tanta membresía.
Cuánta vida hoy en tanta muerte diaria.

Cuánto misterio para anochecer de día.
Cuánto silencio en todo bullicio.
Cuánto orden siempre en todo estropicio.
Cuánto sacrificio hay si en todo se confía.

Cuánta sierpe en toda fiera herida.
Cuánta luz y vida en quien por fin se apaga.
Cuánta muerte hay por quien en todo dio la vida.
Qué tarde es para amanecer tan de día.






VIVIR ES UNA AVENTURA,
MORIR ES...
Vivir es una aventura, morir es una idiotez;
quien no arriesga, tiene horca segura;
quien no peligra, cava su propia tumba.

Vivir es una locura, morir es una desfachatez;
quien no se obliga, a la larga se desboca;
quien no calla, a la larga se atolondra.

Vivir es una osadía, morir es una insensatez;
quien no encumbra, de algún modo desbarranca; 
quien no luce, por algo deslumbra.

Vivir es una embriaguez, morir es sólo fantasía.



CON TANTO FÓSFORO, APAGO SOMBRAS

Con tanto fósforo, apago llamas;
con tanta agua, incendio praderas.
Qué vaina, cuando más, hallo cosas
donde menos me hacen falta.
Y cuando menos, lamento y grito
por todo aquello que ayer arrojé
y hoy cuánto necesito.

Por eso, cómo jode vivir
siempre en un imposible equilibrio;
cuando busco peces atrapo ranas
cuando busco nubes cazo prodigios;
pues, sólo hallamos apoyo en lo que es:
desconcierto, donde hay huevos y fatalismos;
asombro, donde hay carrusel de absurdos.

Por eso, con tantas rocas, agito nubes;
con tanta montaña, recojo pájaros.

Qué vaina, cuando menos, nadie se asombre:
Si en ti hallo cumbres donde creí solo abismos;
hallo en mí muchedumbres donde creí
qué solo habitaba, desolado, un hombre.




QUIEN MUCHO HACE, ALGO ESCONDE

Quien mucho hace, algo esconde;
quien tanto reclama, algo calla;
quien mucho habla, poco responde;
quien tanto acierta, tanto falla.

Quien tanto piensa, mucho duda;
quien tanto reza, algo peca;
quien tanto se aquieta, por dentro suda;
quien tanto engorda, por dentro se seca.

Quien tanto maldice, algo ama;
quien tanto proclama, algo trama;
quien mucho calla, tanto llama;
quien mucho ama, tanto amenaza.

Quien mucho dice, algo se desdice;
quien tanto intriga, mucho predice;
quien mucho insiste, algo lo pierde;
quien tanto confiesa, mucho lo remuerde.



CONSUMIRTE EN TU
PROPIA LLAMA

Consumirte en tu propia llama;
levantarte en tu propio margen;
hacer de ti tu más caro trofeo:
¡Incéndiate cuanto más te apaguen!

Consumirte en tu propia llama;
levantarte en tu propio devaneo;
hacer de ti tu más preciado monumento:
¡Ámate cuanto más te abaten!

Consumirte en tu propia llama;
levantarte en tu sol de mañana;
hacer de ti tu más preciado obsequio:
¡Ámate si te quitan tu lanza!

Consumirte en tu propia llama;
levantarte en tu propia soberbia;
hacer de ti tu más precioso reclamo:
¡Sublévate con toda esperanza!

Sublévate ante tu propio llama
Sublévate ante tu propio margen.
Sublévate ante tu propio devaneo.
Sublévate ante tu propia mañana.

Sublévate ante tu propia lanza.
Sublévate ante tu propia soberbia.
Sublévate ante tu propia esperanza.

Levántate en tu propio fuego.
Consúmete en tu propia llama.


LA PALABRA ES SÓLO UN HUMO

La palabra es sólo un humo
que sale de tu boca; raíz del espíritu y su principio.

Un enjambre de avispas.
Un rumor de batallas y caballo y relinchos heridos.

Víscera que de ti se extiende como de un fantasma.
Diente que te duele.

Una moneda que te falta.
Un árbol de deudas y reclamos.

Un abecedario descabellado.
Un bote sin remos y
a punto del naufragio.

Rumor de cábalas y olvidos.
Flechazo que da vida o mata.

Una lengua floreciendo en dardos.
Niebla entre las garzas y sapos.

La palabra es asombro y sombra de tus guiñapos;
tu mejor orilla, espinos, lirios y suplicios.
Carne de viva y radiografía.

Disparo a mansalva.
Rata envenenada bajo la vía.

Una culebra bajo tu bruja lengua de iguana.
Un edificio de pájaros y nidos en tu mirada.

La palabra podría pesar lo que una montaña.
Podría volar como tren o navegar hecha un río.

Filtrarse como el agua sobre las cumbres.
Hacer de maestro y enciclopedia.
Y gobernar y ser tu dios y ser tu reino.



PARA ESO ESTÁN LOS AMIGOS

Para eso están los amigos, para ignorarte;
para eso.

Para eso está los hipócritas, para endiosarte;
para eso.

Para eso están los crípticos, para encajonarte;
para eso.

Para eso están los eufemistas, para lapidarte;
para eso.

Para eso quienes hablan de Dios;
para desearte el infierno. Para eso.

Para eso están los injustos, para hablar de justicia;
para eso.

Para eso están los truhanes, para hablar de política;
para eso.

Para eso está el reloj, para encadenarte al tiempo;
Para eso.

Para eso están las esperanzas, para colgarte de la horca;
para eso.

Para eso están los enemigos, para ensalzar, abrazarte;
para eso.


BULIMIA

La bulimia me tiene
apenado, alegrando mis pianos y papeles;
zahiriente, acariciando libros y lebreles;
ilustrado, escupiendo poemas y serpientes;
atónito, devorando plagios infidentes.

La bulimia me tiene
organizado, perdido entre rezos y bofes;
perfecto, desplumado y en metamorfosis;
catatónico, aplaudiendo en mis continentes;
platónico, acalambrado y ósmosis.

La bulimia no es buena, pero me tiene
calórico, congelado del pico a las alas;
ecuánime, alterado de la cola a mis agallas;
agradecido, maldiciendo mi lengua y mis dientes;
biennacido, encadenado a mil adagios y cimientes.

La bulimia no es buena, pero si se controla,
me tiene
escéptico, creyendo en mis borradores y biblias;
apacible, azotando nubes y cimas;
atento, desorejado entre leones y moscas;
valiente, huyendo del quien no me conozca.








CONOZCO A MUCHA GENTE

Conozco a mucha gente
a quien no conozco;
conozco este mar, este cielo leproso;
este drama de conocer calles, esquinas,
un reloj y todo aquello de quienes
inversamente nos desprendemos
a diario.

Perdí la memoria del segundo que pasó;
pero conozco mucha gente
en quienes de inmediato me reconozco;
vago, ocioso, miserable, tierno;
afectuoso, laborioso, sin trabajo;
obrero sin obra, gitano limosnero, párroco;
con quienes hablo, los interrogo
y a quienes doy yo limosna
y estiro yo la mano.

Soy yo quien anda en otro cuerpo,
quien abraza a la mujer que amo;
quien toma café en una calle de Azángaro,
quien lustra zapatos,
te vende un periódico;
y de repente se pone a rezar, pío;
o te da un discurso incendiario.

A todos le he visto mis ojos,
andando con mi saco,
contando sus botones, regresando los pasos;
soy yo quien anda en otro cuerpo;
quien perdió la memoria del segundo que pasó.

Pues conozco a mucha gente
a quienes por más que las rehuyo,
en ese segundo
me dan la mano, un saludo,
un abrazo, y en ese acto ¡un mundo!