viernes, 7 de marzo de 2014

COLINA DE LOS HELECHOS

 Cronwell Jara Jiménez 
                           1975

ADIVINACIÓN EN LOS ESPEJOS
      Hermosa es la vida, sí, hermosa,
antes de la batalla con los guerreros de las tribus de norte:
      Actos, cantos, improperios;
los augurios de los pájaros que presienten oscuros, secretos
designios; las manos que se mueven como ajenas
                 tejiendo extraños símbolos;
                 el estornudo, la oreja en escozor;
      la broma de quien me llama, vuelvo y no conozco
y de pronto me estima, me abraza, es mi hermano;

      el vino que envuelve y empalaga con su gotita de rocío;
la ojera en pánico, la despedida y el mundo
      que capturo y duplico
en este trocito de espejo insignificante:

      ¡Contemplar el vuelo de los buitres plumados de sol
alrededor de las torres!; las hojas que caen, de oro,
      encendidas llamas sobre la transparencia de las
                 aguas violeta.

      Nada hace sospechar, tal vez,
que presas de un torbellino de exhortaciones y alaridos
      -ínfulas, ojerizas, fábulas-
dentro de un breve momento
      ni del más nimio gesto gozaremos.

      Reviso la cuerda de mi plumado arco
preparándome trémulo
      como a una sagrada ceremonia no deseada,
el instante me sobrecoge y dudo:

      ¿Habrá otro guerrero de la enemiga tribu
a quien aflija esto que este guerrero cavila
      y esté predestinado a caer bajo mi flecha?
¿Gozará de los placeres del vino, y también
      contemplará los ascensos y descensos del buitre,
aquel otro, que a su vez afila la flecha
      que, inexorable y predestinada, se incrustará en mí? 


COLINA
DE LOS HELECHOS

      Nada he vuelto a saber de ti
desde que te fuiste de la aldea sin avisarme,
      y no sabes cómo, vanamente
te he llamado casi enloquecido, de una colina a otra.

      Al filo de mi cabaña, desolado
vuelvo los ojos hacia la cerca derruida de tu casa,
      sólo la celeste brisa flota meditativa
trasluciendo su transparencia entre las azules campanillas.

      Nadie me dirá tampoco que has vuelto
si vinieras otra vez de regreso, ¿quién me lo diría?
      ¿Adónde fuiste?  Ni tú lo sabes bien.
Tú sólo llegas como derramando lilios, desde siempre
      donde yo te sueño; me lo dicen, sorprendidos, los rocíos
al rozar mi nostalgia de ti en las campanillas:
      como si tu ausencia los lozanos pétalos, la supieran.

LI TAI PO RECOGE
UNA VIEJA ESPADA
      Qué me importa la gloria de antiguos soldados
una tempestad de langostas más delicada es
      que el Gran Dragón devastando en tierra lejana.

      A la cristalina espada opongo la línea de un verso;
inútilmente el filo del metal osaría abrir en dos la montaña,
      pero mi corazón sí puede unir dos mundos
              con un puente de crisantemos.       

      Una palabra bien dicha deslumbra como perla.
Más hermosa es que gota de sangre en la punta de la flecha.

      Tú oyes la voz del Emperador y su lengua es de fuego,
la sustentan desolación y muerte y oscuros rumores
      del tropel de tan locos ejércitos.

      Yo oigo la voz de Li Tai Po, a vagar me invita él
dichoso y ebrio sobre fresca alfombra de flores.  
  

LA MANDOLINA
TOCADA POR LI TS'ING CHAO   
      Li Ts'ing Chao, poetisa,
con impecables dedos de fino cristal, toca para mí solo.

      Sin duda, su corazón es la mandolina, y florece,
como fragancia, flama y melodía es el místico loto.

      Por eso, a su cascada de luz fina,
musical pierdo los sentidos y, yesca de brisa,
      evaporado pienso
con la flor de un milenario melocotonero;
      ¿o es que del melocotonero soy pensamiento?

      Un río claro, con enjoyados peces y acuáticas flores
es mi nostalgia ahora;
      ¿o es que la nostalgia la tienen estas aguas
y soy este súbito incendio
           que relampaguea  -en ellas- 
      viva rama de cuatro pétalos?

      La luna en el cielo
también es una mandolina, pero Li la deshoja,
      y tiembla, suelta rama de rosa en el viento;
mi corazón: rosa, mandolina, pétalo, pez y flama,
      no sé si recogerlo o dejarlo en estos elementos.       


PAISAJE DE LA SIERRA NORTE
      Cuántas veces he vuelto a cruzar el puente colgante
      del limonero.
del que cuelgan, grullas y flores, las lianas del crepúsculo
              sobre el gran lago;
      ¡y fue sólo una vez que contigo lo cruzamos!

      Solo está desde entonces para siempre
por mucho que lo transiten multitudes de hombres y mujeres:
      impíos, traficantes, altos jefes, salteadores y cínicos;
triste, parece te espera a veces
      entre la lluvia y el avismo
como una rama desgajada y todavía floreciendo.

      Pasa el viento
con lastimosos piececillos de gacela y, sin ti, se duele;
      pasan las estaciones, cada una fue una orfandad.

      Cuántas veces no he vuelto
a cruzar el puente, cómo
      nos parecía otra rama en flor del limonero;
suspendido, míralo:
      como extendido inútilmente desde el cielo al cielo;
casi al vacío, desde que te has ido.

      Bastó esa noche, y ya sin fin, su soledad florece:
Se repite por tu ausencia, cada vez mil veces.           


POETA BEBIENDO
SOBRE EL VELERO
     Solos los peces en el hondo:
             incendiando desde sus colgaduras de pétalos
         sus redondos, flotantes vacíos

     Solo, el rododendro, duplicado en fuego tímido
             en el espejo de la onda,
         colgando, flama, de su perfume:
             y en un hilo de luz, sorprendido  

     Solo, este aire, vacilante y enlazado al iris fino
             del trino transparente, chispeante
         y oculto en el corazón de su plumado círculo

     Sólo, este espacio, esta loma en lluvia de lirios
             pincelada en pecíolo de rocíos y niebla ondulante
         en lento, meditativo remolino.

     A través de esta diáfana soledad, la soledad misma
             suspendida, a su vez, parece
         en la espiral de otros más hondos e innumerables vacíos   
     (Amor mío      amor mío
cuánto no te he llamado, cuánto no te he buscado
     y preguntado por ti, ciego, a todos los elementos:
y cierres con tus dedos de claveles, con tus
             palabras de oro,
     los procelosos pórticos de este corazón
que sin ti, me precipita a todos los abismos...)
        

POEMA
      Dilo,
puedes acusarme ante las dulces y belicosas diosas,
      que Ming Ch'en te ha ultrajado dichoso
               hasta la muerte,
      sobre una cascada de perfumes y atónitos
               tréboles; dilo,
puedes maldecirme ante las leyes, me da lo mismo;
      pero, nada ocultes ni mientas cuando reclames
               llorando, odiándome por la fiebre
      y la dicha  -oh ebriedad de la vigorosa carne,
oh adolescente de las ciruelas, la aroma y la miel jugosa-
      que pudimos gozosamente obsequiarnos;
di también que sólo por ti
      pude despreciar los códigos secos de las leyes;
                y que te elegí a ti, amándote,
prefiriéndote, antes que a las mismas diosas.                              
            

CRÍTICA A UN
POEMA PERFECTO

      Cúidate de la inmaculada belleza
y de la perfección del mejor de tus poemas, Li Ts'ing Chao;
      el que te ha otorgado prestigio y dignidad
de fino orfebre entre los aedas más célebres
      y es de los sabios y profetas, exótico zafiro
y a la vez cita de ajenos poemas y manjar de elogios;
      cúidate si te ubican por él solo
alzándote entre los dioses privilegiados de estos cielos;
      que no opaque y humille la otras flores de tu creación
y no semejen gélidas creaturas de niebla y hojarasca
      o violadas buganvilias al soplo del más nimio cierzo
ante el genuino eterno
      de tu bien hermoso y perfumado templo.

  
EL DIBUJANTE
Y LA YEGUA

      Primeriza,
la yegua acaba de parir, dolorosa, bajo el níspero.

      Sus bellos ojos, tiernos,
aún virginales relucen en luz extasiada;
      dulces uvas con profundidad de dos universos.

      Tiernamente derramada, trémula y en tibio rocío
yace sobre dos hebras de azulada niebla,
      casi esfumada, como suspendida de su propia dulzura
           en un blanco cielo.

      Mustia, las crines en luz de alba florecida;
apenas si ha podido sostenerse  -debil bizna-
           en una pata,
      como si se hubiese parido, dulce, a sí misma.

      Con trazos de sugerencia y luz fina
su belleza inasible trato de dibujarla;
      el poeta con rocíos y galaxias hiciera su poema;
sigiloso yo
      trato de atraparla en sutil, viva, blanca flama.


PAISAJE DE LA ROCA
AL PIE DEL LAGO

      ¡Sorprendente!
La roca a la que partió el rayo
 y cuyo relámpago se congeló en ella,
¡incendiándola!: ¡era un duraznero!  Sin embargo:
      Le han brotado tres hojas, y ¡de nuevo... florece!

  
CONTEMPLACIÓN DEL PAISAJE DEL LAGO DE
LAS FLORES DEL CRISANTEMO

      Ni con los espíritus de los heroicos guerreros
de los pasados y tempestuosos siglos
      -de los que soy fuego y raíz
y que han palpitado y resisten
      todavía en mi sangre, como previstos siempre
y sin miedo al más ardoroso combate-
      he podido resistirlo.

Temeroso y admirado, ahora, ebrio hasta la cobardía
      del más valiente, he quedado atónito:
¡Es el esplendor del Lago de las Flores del Crisantemo!
      ¡La paz de la grulla apareando! ¡La dulce calma en
la belleza del loto!
      ¡Cascadas de flores que en sus pétalos sostienen todos  
los fuegos!

      Aturdido, entonces,
me he puesto a llorar, creo...

      Mi arma, como en manos de un inexperto
no sabe qué hacer; pero, recupero bríos.

      Y con rabia, lejos de sentir vapuleada mi dignidad
espoleo los ijares de mi caballo,
      y parto...
  

PAISAJE DEL LAGO HACIA
LA SIERRA NORTE

      Las delicadas grullas semejando milenarios lotos.
Mi vigilia todavía se perfuma de luna.
      Y de sus finísima sedas
(como el aroma es constancia de sus pétalos
      y la embriaguez constancia del más dulce vino)
de la luna en los plateados espejos
      queda la espléndida belleza de las grullas.
El I-Chin ha hablado,
      y menos hermosos no pueden ser nuestros proyectos.

   
EL LIMONERO

(Canción del anciano y célebre maestro Chen Tse-nang a la soberbia de un joven discípulo)


      ¡Increible! Al borde del camino, casi bajo las patas de los caballos, ha brotado un limonero.

      Entre las grietas de la roca, no tiene más espacio para sus raíces sedientas, que ese estrecho destino.

      Transitan generales en blancos corceles, altas dignidades, sacerdotes de algún lejano templo; pero, a observar esta nueva vida,
      nadie se ha detenido.

         (Vuelan diez mil mariposas entre las ramas floridas
              y cantan las ranas
                sin saber qué hablan.
                  Y medita una garza.)
  
      Sólo yo quedo absorto, viendo cómo su minúscula vida tiembla al soplo de la suave brisa.

      Tan leve es aún su fortaleza que ni las alas de una mariposa resistiría.

      Pero, desciendo del caballo. Y rescato al limonero
levantando su pequeña vida como sosteniendo el peso de una avispa.

      "Ah, limonero.
      El polvo del camino no te ahogará", le digo, "ni morirás bajo las patas de un caballo. Tu vida vale más que todos los poemas. Más que mil tazas de vino."
          
      Después de depositar sus raíces al pie de las aguas de un lindero, me marcho. Y medito:

      "Salvar tu vida es salvar el universo."

          (Vuelan diez mil mariposas sobre las ramas floridas)

      Veinticinco años después, feliz, cuando cogía ya un fruto de este árbol, bebiendo de su licor y celebrando, oí entonces que alguien me grita: “¡Eh, tú, mendigo! Escupe ya la fruta que me has robando...”

          (Vuelan diez mil mariposas entre las ramas floridas)

      Mis explicaciones, entonces, sólo causan risa. Los perros del labriego ladran y muerden mis tobillos.

      Luego de azotarme, atan mis manos a la espalda. Me ponen una soga al cuello y veo cómo la tiemplan en la rama más
      alta del mismo árbol que deposité con mis manos.
     
           (Vuelan diez mil mariposas entre las ramas floridas
                y cantan las ranas
                   sin saber qué hablan.
                       Y medita la garza... )


CELEBRACIONES
PREVIAS A LA GUERRA

      Como glorioso rey en heroica batalla
cercado por los colmillos de canes incesantes:
      el silvestre cerdo sangrante se debate;
en tanto se traban, encabritan y degajan los pelambres,
      perfumado, un remolino de hilos de oro
en floridas enredaderas y salpicadas hojas los envuelve.
      Nada arredra los vigorosos ímpetus del belicoso cerdo,
ni las plumadas flechas que lo erizan
      en bellísimo y doloroso penacho, ni los dientes
que le clavan en vendaval de flamas y marfiles.
      Que bien pareciera holgarse el viejo jabalí entre pájaros
espantados o ciervos críos de fauces suavísimas.
      Pero, raudos, llegan los guerreros en espléndidos corceles, ágiles al cerdo con sus lanzas traspasan y
      triunfales colgado a un tronco retornan con él;
proseguirán bebiendo vino y gozando a las mujeres, 
      celebrando días de fiesta previos a la guerra
vaticinada en victorias por los cantos de los ruiseñores,
      el I-Chin y la luna floreciendo de un gajo del sauce; sino, si dudas, caiga tu cabeza, tu corazón, como el jabalí:
      héroe enemigo o el mejor de los poetas.




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