lunes, 10 de marzo de 2014

MANIFIESTO DEL OCIO (ANTOLOGÍA, II)

TENGO UNA MUJER
QUE DUERME A MI LADO

Tengo una mujer que reposa a mi lado;
cuando duerme, catatónica, elabora
los mejores pensamientos.

Cuando sueña, fosfórica, veo
discurrir los más hermosos proyectos;
cuando suspira, véanla, digiere grandes conocimientos.

La mujer que duerme a mi lado
sueña como una piedra
oráculo
que a veces fulmina y acierta
mejor que el estruendo de los rayos.

Por lo mismo la venero
como a una diosa piedra totémica
que emite increíbles vaticinios y encantos
mágicos.

Ronca como un lagarto endiablado.
Se enrosca como una sierpe entre las flores.
Habla sola como papagayo embrujado
o chamán
bajo la lluvia.

Y se mueve y reposa con dignidad,
lindo raro animal; y posee
la rara virtud de la metamorfosis
hasta adquirir de súbito el ánimo de los espíritus
siderales,
muy cerca de la levitación y la divinidad.

A veces abre un ojo y me espía,
pero sólo me observa y me mide con un ojo abierto
-por ver qué estoy haciendo; ella nunca cocina-
mientras el otro ojo, bello, en otra dimensión
sigue durmiendo o suspira
en muy cómodo volcánico ensueño.

La mujer que duerme a mi lado tiene
un nombre tierno, dulcísimo, aunque
a veces da miedo.

Es como una especie rara, sirena de río
o sachabaca en su madriguera y con críos
reposando entre madreselvas y crisantemos.

Pero yo, cauto, prefiero llamarla vaca vaca,
porque cuando duerme -sólo cuando duerme-
rumia y rumia los más hermosos pensamientos.

ODA A MIS COMPAÑONES
Oda a mis compañones
donde caben carruajes con toros,
meteoros, diamantes, puentes colgantes
lagos con nenúfares y vendaval de garzas
y todos los orbes.

Donde caben lisonjas, canalladas, virtudes,
semillas, naipes, clítoris tozudos
yunques, cimitarras, océanos y farallones
y remembranzas floridas
de sedosos finos calzones.

Oda a mis compañones, fríos y tibios
y apacibles como hipis melenudos,
donde caben barcos, gnomos
y susto de obispos voyeristas,
hadas vírgenes y alfombras mágicas
y posibles mundos con mujeres y hombres
que lo pueden todo
lo adivinan todo
y son felices porque son hijos y nietos
de la sinrazón y picazón, de las begonias
y mandobles, de estos toros, mis compañones.

Oda a sus jugos del paraíso,
a su géiser pirotécnico, a su chorros de
líquenes y batracios; oda a su fuente divina
de prístinas aguas eternas; a sus
minas de oro, que son la vida, a la progenie de su
inconmensurable memoria genética
antes que Sócrates y Platón
hablasen del ergon entre los peripatéticos.

Oda a mis compañones tímidos y castos
siempre castos y siempre invictos,
donde caben las raíces de todos los fuegos
de las estrellas y las energías interestelares
de todos los mundos; oda a sus religiones
y filosofías Zen y Taoísmo
de zumos y perfumes de mieles mahometanas
y astrales, a sus rituales
donde se oye el Cármina Burana
y a sus símbolos sibilinos
y a su telescopio y astrolabio
cuando pierden el rumbo
en medio del dulce océano; oda a mis compañones
lascivos y naturales con fortaleza de rinoceronte
con macho cabrío, con leones
y zumbidos de picaflor y dinosaurio.

Mis compañones hermosos
donde el mismo Dios, a gusto, bebe su café y lee
su periódico
o corrige el Ananga Ramga en sus tardes de ocio
y se despereza
sin preocuparse del reloj ni de su periscopio
ni de los pecados
las nuevas posiciones,
ni de las tentaciones multicolores
arrojados como peces al universo;
oda a su aullido de eterno lobo tierno y
hambriento; oda a su organillo de mono
erótico, a su música melodiosa y sorda,
con nota en bemol de catre roto, con trombones
y violines con bramidos de toro; oda a sus
leyendas esféricas acampanadas como colmenas
donde las sirenas beben y se embriagan
de vinos y mieles, golosas; a sus historias
con carabelas y novias secuestradas o huidas;
oda a sus batallas contra sostenes y fustanes
y ombligos en delirio
y pactos con sangre y amorosas derrotas.

Por su sentido de ciencia y experiencia;
oda a su super ego y a su divina inconsciencia
artística, periférica y con licor de matemática,
a su secreto glamour;
a su lúdico sentido con caricia y humor; y oda
a su talante tímido pero de pensamiento
pacífico y profundo; siempre profundo,
a su perenne olor a látex y a zumo
de hembra venida desde el bisonte
de las cavernas; oda a mis
compañones, oda a sus tambores
y a su milagrosa dulce necesidad de mundo.


¿QUÉ DEBO HACER
PARA QUE NO ME DEJES?

¿Qué debo hacer para que no me dejes?
¿Qué debo? ¿Cazarte un dinosaurio?
¿Sacarle la muela a un lagarto?
¿Incendiar la cola de un gato?
¿Cortar en siete tiras mi corbata roja?

¿Qué debo hacer, amor, para que no
me dejes? ¿Qué debo?
¿Desplumar un león en la jaula de un canario?
¿Pescar una ballena azul en un rocío?
¿Atrapar en el rocío un sinfín de rayos?
¿Beber en un vaso de agua un sinfín de astros?

¿Qué debo hacer para que no me dejes?
¿Decir me muero por tu sexo de saurio?
¿Proclamar el onceavo mandamiento?
¿Escalar las escaleras de un rayo enamorado?

¿Qué debo hacer? ¿Qué debo, para que tú
no me dejes? ¿Volver a crucificar a Cristo?
¿Desplumar un ángel?
¿Vender media docena de obispos?
¿Meterme en un convento y decir soy santo?
¿Hacer confesar al Papa todos sus pecados?

¿Qué debo hacer para que no me dejes?
¿Convencer al mundo que todos están locos?
¿Atrapar un racimo de planetas en mi mano?
¿Si dieras esto por hecho, amor, te parece poco?
¿Qué debo hacer si de tan loco me tienes cuerdo,
y por cuerdo, como palo de gallinero, aquí, cagado?

 

 



 

ODA A MI FALO ERECTO


Oda a mi falo erecto y alado.
Oda a su vida triste, sin amor y sin desahogo.

Oda a su ser mendigo y en eterno desalojo  
Oda a su trompa de tierno elefante de circo.

Oda a mi hongo en incendio, su cabeza de niño
y su forma de torre del medioevo, siempre
envidiado.

Angelical y terrible y bueno como el cielo.
Y siniestro como un ángel ciego.

Oda a
mi tallo de jade, sensitivo, capcioso y sincero.
Mi diente humano, perfecto y lleno de proyectos.

Árbol de flores en primavera, herido;
pena me da verlo tan solitario,
sin nido y sin verbo.

Mi falo elevado y perfecto
como el oro de un sanguinario ídolo;
siempre en rezo, siempre en ruego
como adorándose a sí mismo;
mi falo soberbio y enjoyado;
dios en incendio, dios en levitación
siempre en espera, enhiesto, todo un rayo
siempre en fiesta, en cena, en despilfarro.

Oda a su porte sagrado y su decoro.
Su idiosincrasia de filósofo sin logos.
Su visión económica, ubérrima en la fronda.
Su corazón de puñal, su eterna sed en llamas,
y la eterna espera que no le consuela
porque demora o no llega.

Pero amo su fuerza y fortaleza
por ser de mi cuerpo y de mi estrella.
Por ser de mi sangre cósmica
como soy yo de su planeta.

Ni grande ni muy pequeño,
pero acariciable bestezuela, y astutísimo
como el duende a quien amaría
la Cenicienta o Blanca Nieve.

Loado por mí, por ser de mi cieno y mi hueso,
loado
como al genio de la botella siempre en ascenso;
sólo le falta el delicado pero dulce infierno.

Hembra que le dé cariño, abrigo y besos.
Hembra que le dé respiro y amor y miel en su
hondo recinto.

Oda a mi falo tibio y cálido,
hermoso y prístino;
cada célula suya, cada latido
y cada brillo, es un reino
en una constelación de laberintos.

Cómo no amas, muchacha, su ojo cíclope,
Cómo no adoras su aire de dragón alado.
Cómo no te apiadas de su tristeza sin nido.
Si sólo clama de ti ser parte de tus sueños.
Ser algo tuyo, encadenado, íntimo
y fiero y ternísimo jeroglífico.

Mi falo vigilante, ateo pero religioso y místico
así esté yo dormido;
mi falo elegante y vanidoso como árbol recién florido.
Rayo que no se arredra a los vientos advenedizos.
Flecha de fuego buscando rajar los cielos.

Oda a su soledad y su ardor
y a su fiebre de deseo y sigilo;
valiente como el tigre,
alado y siempre
vigilante y en asecho como un dios resentido.

Nada siniestro, nada falso ni pervertido
ni enfermo; siempre en vigor y salud
de fortaleza y yelmo,
como un ángel bueno en el medioevo.

Mi pobre falo siempre vigilante
como el venablo encendido y discreto, 
como un cataclismo desvelado por su flor al filo,
el clítoris de oro henchido, soñando,
siempre soñando la piedra del dulce sacrificio.

Y el hundimiento esquivo,
y la fiebre y el celo de prodigios;
y el filoso proyecto vertical
y los dos adagios encendidos
pero en agonía, en miel, perfectos.

Esperando el cielo,
el gemido,
el alarido de la garza en incendio;
el abrazo emplumado
el mordisco erecto,
el contra beso
y los vientres en contrabajo;
y en buen recaudo, el acceso, la sonaja
y el ángel ciego, erizado:
¡Cielo ingresando en otro cielo!
Y el paraíso renovado y en renuevo perpetuo.
¡Y aplaudo!

Oda a mi falo erecto, pantagruélico
y confitado.
Oda a la plenitud de sus proyectos sidéreos,
interoceánicos.
Hermoso y luciente como un príncipe egocéntrico.
Un trasatlántico en fiesta.
O fosfórico rayo.


ELOGIOS A TU
CLÍTORIS PERFECTO

Ni los jazmines más finos de la reina
de Inglaterra ni el santuario más bello de la India
o de Indonesia tiene los olores fragantes, invictos,
como los hay en el templo de tu clítoris.

Palacio de los dioses del feliz Olimpo.
Punto de oro de veinticinco quilates finos.

Botón de rosa todavía en capullo
pero con pensamientos perversos, únicos,
y vida y aires propios de universo.

Ese es tu clítoris, mujer, tu clítoris.
Y no te avergüences; es el tesoro perfecto
con que te enjoyaron los dioses.

Si existe un punto en el cielo
donde se oyen las cítaras de los astros
y la música de las constelaciones: he ahí tu reino.

Sencillo y breve, y sensitivo hasta el delirio,
cabe ahí el prodigio y lo más bello
del paraíso.

Sé que ama mi dedo inquisitivo,
mi lengua de víbora, mi nariz de cocodrilo
listo para el roce o el mordisco.

Sé que le gusta ser el tamborcillo,
la campana viva que clama
y el rigor religioso, rito y coro
en la piedra del sagrado sacrificio.

Sé que le gusta la saliva de mi garganta,
la dulcísima succión, el leve diente,
el suave pellizco.

El merodeo de mi lengua, la saliva de mis labios,
mi sudor, mi jadeo de hombre arrodillado
y vencido.

Sé que gusta hacerme su esclavo,
encadenarme a él como fiera hambrienta
o pájaro que bebe el rocío.

Sé que todos sus artilugios y hechizos
de sierpe buscan mi hipnosis
en roces y goces, y roces perfectos.

Torciendo mi lengua de orquídea,
embriagándola en devaneos,
ahogándola en olas de mieles y fuego y vida.

Soñando el contacto, el escalofrío, el ingreso,
con entrada y salidas vibrantes, siniestras
breves, después potentísimas.

Oh, Sísifo, oh, Sísifo,
lluevan par ti estas loas
florecillas de lilas aturdidas,
nísperos carnívoros
que son casi súplicas y plegarias
ebrias
para tu vientre dispuesto y su ídolo.

Lluevan para ti
este saxo y trombón, con violín y organillo,
entrando y saliendo de tu templo
como un gnomo alado,
con uñas,
con rabo
de conchaperlas y delirio.

Ojo del infinito, baba de vino,
bosque en incendio.
                                   

 

ACERTIJOS

¿Qué esperas de la vida,
dime, qué esperas?
¿Iluminar tu búsqueda en el nirvana?
¿Disfrutar de un largo viaje?
¿Descubrirte, fakir, en una escena?
¿fumar tu pipa de Ginebra?
¿Hacer danzar una culebra de la India?

¿Qué esperas de la vida,
dime, qué esperas?
¿Una buena mujer que te comprenda?
¿Tu más bello poema,
una inesperada tristeza?

¿Qué esperas de la vida,
dime, qué esperas?
¿Sembrar un árbol? ¿Confirmar un enigma?
¿Conversar de álgebra con tu suegra
y luego perseguirla con una escopeta?

¿Disparar una flecha de estrellas?
¿Disparale a un fraile huyendo en bicicleta?
¿Declarar tu amor así no te quieran?
¿Domesticar una joven gitana?
¿Cazar un ángel dentro la pecera?
¿Boxear con tu doméstica?

¿Hacer de mago y sacar de un catalejo
un barco y al genio de la lámpara?
¿Hacer de un barco tu sombrero?

¿Incendiar la nieve de una plaza y llorar
sobre la tumba de Vallejo porque
no le pudiste prestar dinero ni
consolar a Georgette?
¿Averiguar cuál fue
la oreja que perdió Van Gogh?

¿Tomarte una foto con una monja
desnuda?
¿Atisbar por la cerradura
a un obispo defecando?
¿A un sacerdote vestido de
mono emplumado
y luego asaltando a un parroquiano?

¿Qué esperas de la vida,
dime, qué esperas?
¿Hacerte gitano,
descubrirte quiromántico
¿Cazar con hacha de miel ángeles y párrocos?
¿Aullar tras el aguacero y no entender, aún así,
que tu mujer te ha dejado?

POETA ENJAULADO

Ezra, más locos fueron
quienes te hicieron caso.

¿Qué haces ahí enjaulado
como un viejo mono?

¿Perdiste el juicio?
¿Es por eso que te enjaularon?

Aquí en Coltano, campo de concentración,
cerca de Pisa, la gente te cree un loco mico.

Pasan y te arrojan comida, dándotela con tenazas,
tras los barrotes. Como a mono peligroso.

Te escupen a la cara, escupen tu claustrofobia
escupen a tu poesía y a tu larga barba roja.

No les tienes rencor, y te ves un mono ahora sin 
memoria, sin saber cómo ni cuándo metiste la pata.

No. No, Ezra, sabes que tú no fuiste idiota. No
pudo serlo un economista fino y de tu talla.

Talla de poeta de lira grecolatina y esteta
y enciclopedista en matemática y economía.

Y cuya mística templada en orfebrería fina 
sabía sugerente y alada como ideograma chino.

Y Thomas Eliot no se equivocó un rábano,
en su Tierra baldía: “A Ezra, il melior fabro.”

No. Tú no fuiste idiota. Un sabio y políglota
no deja de ser sabio, aun si se equivoca.

Roosevelt, ese poliomelítico, según tú, sí que
era una bestia, traicionó el hambre del mundo.

Aplaudía la usura de democracia Norteamericana,
mientras tú defendías la economía de Europa.

Y yo, no, no te defiendo porque no tengo la llave
de tu jaula aquí en Coltano, donde deliras, grave.

No, amigo mono, Ezra, como tampoco tú tenías esa
llave de la usurera usura de la otra alcancía.

La usura del mundo merecía, es cierto, por tanta
injusticia, y, aún hoy, no una sino muchas guerras.

No, viejo, aunque tu filosofía no resistía la miseria,
prefiero de ti más que al economista a tu poesía.

Esa poesía tan prístina,  loco Ezra, maníaco mono,
tan erudita en pergaminos, en joyas de hermetismo.

Que St. John Perse quedaba idiota y el triste y
dulce Juan Ramón Jiménez quedaba en lágrima.

No por sentimental porque tu joyería es fría,
sino, por tu fina urdimbre: símbolo, magia, esteticismo.

Qué bueno, viejo zorro; y la gente que te enjaula
en esta plaza y campo de concentración, lo presumía.

Sabía por qué te arrojaba plátanos, lindo macaco de
barba roja, y por qué te escupía en tu aplomo.

Viejo renegón y sabio imitador de François Villon;
¿cómo hacías para esculpir mariposas y metáforas?

¿Usabas tan sólo de un organillo de manubrio? Dime,
¿o un loro en tu hombro para que te sople un zéjel de oro?

¿O al bufón del viejo Lear para que te cotorrée un dístico?
Pero el sol te cae a plomo, y aún escupen al viejo mono.

¿O es un soplo de mariposas que aparean en tu hombro?
¿O dos garzas, al trasluz, extraídas de un ideograma chino?

Pero, no. Sólo es tu claustrofobia, ¿no lo ves, viejo?
Y hablan de llevarte, sin memoria, a un manicomio.

Trece años. Y hoy estás en Alto Adige, en el castillo 
de Mary, tu hija y con tu mujer Dorothy Shakespeare.

Y el mundo en ti es nido de cuervos. Duermes ahora
como un duende dormiría en su botella del genio.

Y ahí te insistes que la poesía es cerebro, ciencia
y hielo como el de tu alma hecha en país de nieve.

¿Poesía, un copo de nieve? ¿Cómo saber? Oí a Brecht:
sí, el arte debe entretener y es ciencia, como decías.

Pero, ¿y Whitman? ¿Y Vallejo? Entretienen; y así te 
asombre, conmueven. ¿De qué está hecho sino el hombre?

El arte no sólo es cálculo y poética en escarcha de nieve.
Ni flor de hielo el vivo y fino pensamiento. Duele.

Pues te faltó aullar y ladrar como Ginsberg, viejo, clamar,
ebrio, tu furor de lobo tierno; pero tu arte era palatino.

Pluma de artificio en luz cincelada y gótico prodigio.
¿Olvidas que tu Villon vivió de los desperdicios?

Juglar astuto el Villon de espada camorrera y asesina;
¿no lo imitabas en su exquisitez de salvaje hiena?

Corrió riesgos, burdeles, y rió en fondas hediondas
y amó el estropicio, con patíbulo, soga y horca.

Porque gustaba del vivir en salvajismo y odiaba
catecismo y pergaminos, formas de ataúd, mortajas.

Frena, frena, Pound, el caballo. Estás en la jaula
de tu sueño y éstos son tus delirios mientras callas.

Eh, soy Ezra Pound, y me crié en Europa; no en
América. Y pronto será mi reino una jaula de mona.

No, no. Eso lo dijo Villon, en la pena de horca: pronto
sabrá la soga, que ésta mi boca besa, lo que mi culo pesa.

Villon, y no tú, Ezra. Tu fabla escupía pétalos y
gélidos diamantes, con facetas ardiendo, pero muertos.

Duerme viejo, estás en el castillo del príncipe Boris
de Rachewild y tu reino es hoy esta botella de sueño.

Ya no eres ese mono enjaulado, pasó la pesadilla.
Befada fue tu vida de sicofante y loco, eras tú la poesía.


SI VALLEJO VIVIERA HOY

Si Vallejo viviera hoy,
hasta a su sombra la correrían a palos.

Aún lo seguiría una lluvia de astros.

Tendría la cabeza hecha un avispero.
La Dirincri, paso a paso, sospecharía de él.
Como a Arguedas le dirían: lunático,
tu arte es utopía. ¿Y qué arte no lo es?

Buscarían estresarlo, hundirle el barco
la prensa amarilla;
hacerle creer que en este país de papagayos,
ser artista es un fracaso. Y que sólo se vive bien
sobre nube de aroma a ginebra en París.

Si Vallejo viviera hoy
lo coronarían con estiércol y un patíbulo;
lo correrían a escobazos,
le dirían bestia, ladino.
Lo acusarían de escándalo,
de torear ebrio combis y micros en la Arequipa.
Le dirían chancho, indio, incendiario;
brichero, fumón, lengua de lagartija.

Y él pernoctaría bajo un paraguas de pájaros.
Y sólo una nube de búhos bebería con él.

Pero, si viviera, si volviera de París,
le esperarían aún nuevas quimeras
y dos o tres juicios y vaya usted a las rejas;
y el misterio de un hijo no reconocido;
y un fantasma y un relincho bufando estrellas;
y un abismo de caballo desbarrancado;
y un revólver en ruleta rusa sin disparo;
y el beneplácito y la incomprensión
de los aristócratas mosquitos inicuos, avaros.

Seguiría adelantado en artes ahora un siglo.
Pocos sabrían aún que su corazón es tierna fiera.
Pero le dirían: si eres genio, espera tu leyenda negra.
Cuántos lo tratarían como a campana disparatada.
Como a demente, paria y prostibulario.

Su corazón, filósofo con reloj de aguja invertida
seguiría dando la hora al revés, en nueva dimensión.
Seguiría preso, arrastrando planetas.
Como nido de pájaros en la jaula de un duraznero.

Si Vallejo aún viviera
acaso los niños prodigio y los poetas de moda hoy
lo correrían a piedras, llamándole loco,
póngale cepo, cadenas, llévelo a un sanatorio;
y le harían juicio por díscolo,
corruptor de poesía en Internet
y asesino del idioma;
le dirían: lee a Li Tai Po, usa la sugerencia;
o analiza a Pound, usa la sabiduría;
o dedícate a la cocina o al horóscopo;
y lo volverían a arrojar del Colegio Guadalupe
como del Colegio Barrós, sus buenos amigos
o de una universidad de prestigio, hoy.

Lo volverían a crucificar como a Cristo.
O, Túpac Amaru, lo atarían
a cien caballos de fuerza
y ante mil molinos de viento para arrojarlo
como a un espantapájaros hecho de astros.
Y volveríamos a verlo caminar girando
como un planeta fuera de órbita:
arrojado del trabajo,
con el zapato agujereado,
roto, cabizbajo y arreglándose una media,
cenado uvas verdes, incomprendido, solo
como un repollo
y nuevas ganas del suicidio;
o lo veríamos otra vez en magazín
con su caricatura de pericote triste
ahorcado a un palito, o atado a los rieles
a Malabrigo.

Si viviera todavía hoy
lo volverían a meter preso en una botella de pisco.
Como duende esperando al genio.
Le atarían un collar de ajos al cuello.
Le soltarían los pittbull; lo tratarían
como a leproso en kiosko de la Cachina.
Y le atarían una campana para anunciar:
“Aquí llega un cerdo cholo apestado.”
Y entonces graznarían los búhos, diciendo:
¿Ya ven? Teníamos razón: Vallejo es un tango.
Golpeaba a Georgette para que no le diera hijo, 
la prostituyó de niña,
le contagió gonorrea y él murió sifilítico;
y lapidarían: ah, Vallejo.
Bolero barato de cantina y meretricio.

Si viviera le gritarían asno mal nacido.
Le despojarían los premios de la mano.
Como moscas de muladar le caerían los zahorí.
Sería el hazme reír.
Sería el asno emplumado.
Renacuajo ensartado a un palo.
Le gritarían: como a Bethoven cabeza de zapallo.
Tendría un nuevo Chocano, y sentenciaría de nuevo:
¿Quién?  ¿Vallejo?, Ah, aquel poeta sin poemas.

O dirían: aprende a leer.
Y una zorra catedrática de oficio
en el congreso, con todos los aires de la meno,
endilgaría: revisa los diccionarios, so Vallejo.

Y así hablara en inglés o bebiera en el Haití
o solicitara un café en buen francés, lo sacarían
de las orejas como el mago a un conejo.
Le incrustarían dardos en los testículos. 
Y lo largarían como a perro a jaula de hienas.

Hoy la UNESCO lo declara poeta del siglo.
Vallejo sobre todos los genios del mundo.

Y, aún así, si Vallejo viviera hoy, tendría que andar
como a escondidas, gato, culebra, con mucho sigilo.
Cuidándose de los búhos, de su leyenda negra.

Y aprendería a ir de gatas huyendo
de la Santa Inquisición y la pira de los semiolíticos.

Para que no le quemen sus poemas.
No insulten a Georgette, su niña.
O aquel gaznápiro no lo excluya de las antologías.


HANS CHRISTIAN ANDERSEN
(Dinamarca, Odense, 1805-1875)

Suave y dulce Hans Christian Andersen,
delicado y fino como ala de cisne.

Yo sé que los niños en Odense, tu aldea,
alguna vez te arrojaban piedras.

“¡El loco! ¡El loco!”, gritando tras de ti,
porque eras alto desgarbado y cierto, muy feo,

“¡El loco! ¡El loco!, los niños que también
te lanzaban cáscaras y locos perros.

¿Sería porque eras un alto espantapájaros?
¿Alto como árbol de floridos cerezos?

Lo cierto es que ellos no sabían de tu genio.
Que tú, a otros niños, tierno contabas cuentos.

Y te querían como a un lindo viejo, Hans, porque
tú entre los niños eras otro niño ni más ni menos.

Sólo que muy feo, pero, más tierno y más bueno.
Y eso de “¡el loco!”, fue uno de tus peores recuerdos.

Ahora quiero acordarme de ti, y, ¿cómo
naciste? ¿En verdad naciste de un cisne?

¿Y es cierto? ¿Fueron tus padres dos locos
y vagos, acróbatas y saltimbanquis?

¿Y que tu madre resultó embarazada por aquel
teatrero y, sin casarse, te engendraban?

¿Verdad, naciste pobre, sobre tapas de ataúd
que tu padre consiguió de un cementerio?

Sé, Hans, que naciste de modo inesperado, en medio
de un camino, sin techo, sin pan, ¿verdad es eso?

“¡El loco!”, Hans, “¡el loco!”, cuántas veces de niño
por patilargo y feo, como papá, te decían lo mismo.

¿Recuerdas cómo caminabas como un ganso,
con las botas rojas que te compró tu padre?

Todos se reían de ti, porque parecías un payaso,
títere de trapo, ¿o tu soldadito de plomo en desastre?

Se burlaban de ti porque cantabas tan mal y eras
tan mal declamador y actor; pero, ¿y tu sensibilidad?

Te becaron, fuiste a Copenhague, nada menos, y te
hiciste escritor. Y la nostalgia te llenó de recuerdos.

Y recordabas, por ejemplo, los cuentos que oías de tu
abuela, cuidando locos, allá en un manicomio.

Pero fuiste escritor tan bueno, Hans, ¡y luego
que se habían burlado de ti en tu propia tierra!

Viajero: y cómo te recibían escritores en Alemania,
Francia, Suiza, Italia; príncipes y duques en palacios.

Y te hiciste rico porque se regateaban tus libros
y al paso, ahora, te arrojaban flores y elogios.

Y dictabas charlas en círculos ante genios dilectos.
Y no eras ya más aquel niño que creían tan bobo.

Tan bobo por ser tú medio jorobado y feo. ¡Qué poco
sabían de ti!; pero mira cómo hoy se te ve tan hermoso.

Y tú que a veces, a solas, llorabas porque de niño
te dejaban tan solo, y te creías loco.

Después, comprendiste que todo talento así
se forja, a punta de lágrima y mucho moco.

¿Viste cómo, sino, entonces nacieron tus cuentos?
¿No son hoy, tu biografía, tus mejores emblemas?

“¡El loco! ¡El loco!”, los niños en Odense, ¿los
oyes en tu aldea natal?, llaman, gritan a tu puerta.

¿No sabías que de tanto maltrato ¡asesinaban al pato
patilargo y medio jorobado!, para hacerte genio?

Sí, cómo duele; pero ¿no es la metáfora
más dulce
de tu vida, tu biografía, en tu Patito Feo?


TRÁIGANME UN PSICOANALISTA
Y LES DIRÉ QUIÉN ESTÁ LOCO

A: Carlos Ramírez Soto y
Guillermo Delgado, en el mismo acuario.


Son los psicólogos quienes desordenan todo.
Veo luz y ellos ven complejos y sombras;
veo mar y ellos ven sexo con plumas; digo
águila y mi Complejo Edípico es un renacuajo.

Tráiganme un psicoanalista
y les diré quién está loco.

Son los psiquiatras quienes lo desordenan todo.
Veo un sapo y ellos lo llaman cisne;
digo agiotaje y ven mi Alter Ego dinosaurio;
digo mi padre y saben que soy un mal hijo.

Tráiganme un médico
y les diré quién está loco.

Son los médicos quienes lo desordenan todo.
Si me duele el diente me dicen es el hígado;
si la muela me dicen que es el páncreas;
y si no me duele nada es porque debo estar loco.

Tráiganme un poeta
Y les diré quién está loco.

Tráiganme un poeta loco        
y les diré quién necesita un médico o psiquiatra;
tráiganme un poeta pues son los poetas, quienes
-por lo visto-: en este mundo lo ordenan todo.

 

ESTE CAMINO ME GUSTA


Letrero
para colocar al pie del
                                            Camino Inca, Cusco                                                      

Este camino me gusta
porque me lleva a ninguna parte;
de lado a lado, presuroso;
de distancia a distancia;
sin sur, sin norte, pero exitoso.

Me gusta
Porque, de pronto, anhelante me lleva a nada;
aunque gozoso avanza invitándome
con aplomo pero taimado:
de lo ancho a lo mondo;
de lo montano a lo distante;
de lo pronto a lo inmediato;
de lo reflexivo a lo inesperado;
como si se lo llevase el aire.

Por eso este camino me gusta
porque duda, nos maltrata y da risa;
y porque orienta a donde va nadie;
y me gusta porque aceptándome
me reclama que retroceda cuando avance;
que baje cuando me alce;
que corra cuando adelante;
que avance inmóvil cuando me atrase;
que me detenga para que no me alcance
y tanto vacío, tanta nostalgia
no lo desbarranque.

Me gusta porque se desdice;
porque enseña lo que no piensa;
calla en tanto que me habla;
sueña en tanto que despierta;
piensa en tanto que se cierra;
me educa en tanto no me dice nada.

Su silencio está, por eso, lleno de palabras.
Sus palabras son piedras que florecen.
Su corteza es roca de musgo y agua.
Tiene su corazón espinas que enternecen.
Por eso, este camino me gusta
porque me disgusta que me lleve presuroso
entre puentes de telaraña y el aire.


Y me gusta
porque, de repente, al desgaire, le entiendo todo
explicándome, estoico y taoísta, su sabia ignorancia.
Por eso me trata como a sordo cuando le hablo
y cuando le explico me habla en sordomudo.

¿Y no es así el mundo?
Encontramos todo en lo que no busco.
Y cuando nos perdemos y más necesito
nadie nos da el rumbo.

Por eso este camino me gusta.
Porque, ciego, cuelga y culebrea sin rumbo,
imposible en lo posible,
seguro y luminoso entre abismos,
tremebundo en lo dadivoso,
inasible en lo accesible,
desconocido en lo visible y sombrío en lo solemne,
bonachón en lo amargo y astuto en lo entrampado.

Y si le ruego que me ignore me llena de lisonjas.
Si le pido que me guíe me lleva al barranco.
Y si le increpo señale mi lado oscuro,
da en el blanco.

Por eso, cómo me gusta,
cómo me desorbitan sus remansos;
cómo rueda lleno de mundos;
hay en su corazón para todos un espacio.



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