lunes, 10 de marzo de 2014

MANIFIESTO DEL OCIO (ANTOLOGÍA, I )

MANIFIESTO DEL OCIO
(ANTOLOGÍA)

ORACIÓN

No me salves, Señor, de las pesadillas del error.
Ni de ser tu Atila que arrasa lo que pisa.
Ni de los horrores del mundo.
Ni de los posibles cataclismos.
Ni me salves de ti, oh Señor poderosísimo.
Ni de tus vaticinios de drogo rencoroso.
Ni de los piojos del pobre que asalta caminos.
Ni de las impías tentaciones del Diablo.
Ni de las lepras y sarnas con que jodiste a Job.

Sálvame, por favor, de mí mismo.




MANIFIESTO DEL OCIO

Para vivir no quiero leyes ni religiones,
exigen norma, moral,
sacrificios y humillaciones.

A mí, déjenme como a cerdo en el cieno.
No quiero vivir más allá
de lo que exige un gusano.

Sólo pido un pantano, un hato de pasto seco,
dónde tenderme de panza y hundir el hocico.
Es mi reino: una charca, el bostezo.
Mis prados: la libre holganza, la resaca.
Mi filosofía: mirar pasar las moscas.

Vivir quiero a la sombra de un árbol.
Donde a nadie rinda mis cuentas de nada.
Y si viene mi ángel de la guarda, desdichado:
lo corro a palos, pues a mí
no me hablen de dogmas ni de pecados.
Yo diría que por vivir en ascuas, soy un santo.

Háblenme de las artes de un ocio afortunado.
Del arte de vencer sin batallar.
De la estrategia de avanzar sin caminar.
De la poética del buen comer sin trabajar.
De la astucia del buen beber sin embriaguez.
Y de la filosofía del buen ahijar con buena mujer
y que igual goce del buen dormir
como del buen batallar hasta en preñez.

Háblenme del descanso y la rumia del becerro.
De las dubitaciones del dios río que piensa.
O del puerco sobre los pastos y sobre su puerca.

O del toro y sus sinceros aireados compañones.
Del macho cabrío de panza a su destino y a su reino.
Pues, para vivir no quiero normas
ni moral ni civismos, menos religiones.







MANIFIESTO
DEL HOMBRE SOLO

No reclamo nada.
Sólo déjenme habitar mi sombra.
Es el único reino que me queda.
La única medida de mi morada.

No reclamo una palabra.
Menos la palabra que se habla.
Menos aquella que por hablar quedó muda.
Reclamo la palabra que perdió la torre,
la nunca avistada.
La que por ella jamás alguien reclama.
La palabra que no dice nada.
Ni por presuntuosa ni pobre.
La que no tuvo universo, menos mundo.
La más encendida, la que nunca pudo.

Tampoco este aire de sombras.
Tampoco este mar de derrotas.
Déjenme habitar sólo la nada.
El vaso que quedó sin agua.
El agua que quedó sin su lámpara.
El vino que se escanció en la sombra.
No reclamo nada.
Sólo déjenme habitar en mi sombra.

No reclamo
ni la sombra de la palabra muda.
Ni el humo de la pipa que ya fue.
Ni la palabra que se llevó la mosca.
Ni la ceniza del tabaco que quedó.
Ni la palabra prendida en la telaraña.
Sólo déjenme habitar mi sombra.
Es el único reino que me queda.
Tiene la altura de mi dignidad
y de mi morada.

Pues nada reclamo.
Ni siquiera este reclamo.
Este lugar fue el de un hombre
que habitó en el aire. Menos que las arañas.
Sin hijos, sin familia, sin padre.
Nunca nació, ni la palabra lo hizo.
Su único sentido, nació de las cenizas.
Su único prestigio, dar hijos del aire.

No reclamo nada.
La cama donde duermo es de nadie.
La gloria que poseo la posee nadie.
Ni las cenizas que me sostienen.
Ni la tristeza que me enfrasca.
Ni este fantasma que me habita.
Ni este vacío que siquiera es mío.
Ni este manifiesto
que nació como una bofetada.

No soy siquiera mi propia corriente.
Aunque sé qué digo y qué piensa mi sangre.
No por atrevimiento ni cinismo.
Porque mi estupor y mi inteligencia
se sostienen entre mi corazón y el vacío.

Y ése es mi manifiesto. Decir qué me pasa.
Filosofía que es sombra y florece
detrás de sí, y cuya ética es su mayor desafío.
Enfrentarse a nadie es más terrible
que enfrentarse a sí mismo.

Voy a donde va mi asombro.
Descanso donde no me conozco.
No tengo casa, sólo estas palabras.
Que ni siquiera son mías.
Reflexiono cuando no pienso.
Así creo que el mundo es más mío
cuando más lo creen poseer otros.

Habito en un altísimo pozo.
Tengo ahí prisionera a la luna.
Es el mejor gallinero de mi cabeza.
Y con ella me entiendo.
Y es por eso este desentendimiento:
gano más cuando más son mis lagunas. 
Y cuando menos tengo.

No voy contra nada ni contra nadie.
Esa es mi desventaja, ascender hacia los aires.
Es la fortaleza que me hunde cuando me levanta.

Es mi entereza, nacer del abismo.
No haber nacido ni sostener oficio.

Y por lo mismo no reclamo nada
Mi burda ciencia es mi ignorancia.
Mi mayor torpeza, mi mejor optimismo.

Reclamar nada. Ese es mi manifiesto.



 









 








LOS POEMAS RETRATAN

Los poemas retratan la poesía.
Todos retratan un balcón, una ventana.
Yo no retrato nada.

Los poetas retratan la historia, una metáfora herida.
Retratan al halcón o al avestruz aovando dudas.
Yo no retrato nada.

El antropólogo al hombre y sus símbolos.
El filósofo a la ciencia de la clase chic y sus mitos.
El economista réditos según conveniencias.
Yo no retrato nada.

El pintor retrata un paisaje, una moneda la meretriz.
El sacerdote a Cristo y el sacristán los actos píos.
Yo no retrato nada.

Retrata el astrólogo la poesía y la osadía de los astros.
El pianista una inhóspita melodía, la música del agua.
Yo no retrato nada.

El oceanógrafo al pez y a los gnomos de azules alas.
Yo no retrato nada.

No retrato nada, ni siquiera la duda;
menos la incertidumbre de la que nació el hombre.
Y menos al hombre aunque se le parezca algo.
No retrato nada.

Mientras el mundo habla de internet o de e-mail,
y retrata la palabra la semiótica del aire;
y el astronauta su escalpelo lázer,
y el sabio misil nuclear, radioactivos, insospechados virus;
yo no retrato nada.

Y si existe esa nada, yo no la retrato.
Ni aunque se le parezca en sueños
a eso que se dice espacio, asombro, vacío asimétrico,
matemática o agujero negro
y son elogios de astrónomos y arquitectos; no retrato nada.

Si digo me afeito, pienso, hoy tú has muerto
para que yo viva en neutro, yo no retrato nada.

Ahí donde no habitamos se agita lo verdadero.
Y aún así no retrato nada.

NO ME PREGUNTES

No me preguntes quién soy

porque ni yo ni nadie lo sabe.

Sólo sé que ni sabiéndolo
a veces soy un escéptico optimista.

Con un nihilismo credulísimo,
muy impaciente en mi estoicismo.

Un viejo progresista y pasadista
que observa el mundo con alegre pesimismo.

De modo que es mi equilibrio
ni saber qué digo ni qué pienso.

Cuanto más sabio más me contradigo;
cuanto más lerdo más lúcido.

En las sombras a veces relumbro
y con el hielo me abrigo.

Y mi peor amigo y enemigo
con ternura y odio soy yo mismo.

Como en mi serenidad va mi cataclismo.
Y en mi derrumbe mi caos en equilibrio.

A contra viento voy veloz
y a favor de la tormenta soy un muro.

Veo cuando estoy más ciego
y así mejor leo mis pensamientos y los tuyos.

Y no me canso decirte: desconfía de mí
porque así soy sincero y el mejor amigo.

Pues si vienes a mí tendrás que retroceder
al más hondo abismo.

Como yo para descender a ti con firmeza

escalo cascadas hacia el cielo.


AMO ESA VENTANA

Amo esa ventana porque no es una ventana.
Las ventanas no se mueven, ésta sí lo hace.

Es una ventana que me lleva a todas partes.
Una ventana hecha de glorias y desaires.

Amo esa ventana porque viaja y atrapa nubes.
Porque es, está ahí, quieta, y no la llama nadie.

Una ventana que se alza, vuela y caza mosca.
Una ventana que se anilla en volutas y es de aire.

Que me da paisajes imposible, visiones inauditas,
una razón para vivir, increíbles.

Amo esa ventana porque no es una ventana.
Ayer tarde la vi bien, ardía al crepúsculo
y no tenía altura ni ancho ni medida posible.

Es una ventana que se sostiene ni en arquerías
ni en una casa, menos en jerarquías aéreas.
Una casa jamás podría tener esa ventana.

Porque es única, inesperada como un meteoro. 
Y dócil y amable en su diseño, y útil y sensible.
Casi una sospecha de algo que ni se va ni viene. 

Cruza con sus fósforos por tus ojos, y pasa ella
con sus vidrieras toda aires y campanas
soltando luceros y vivaces peces en duermevelas.

Amo esa ventana; a ella  no la soñó nadie, pero
es sincera, toda una falena en acuarela, orgía y fiesta.
Nació como del aire pero de ella nadie se queja.

Ni la tuvo un rey ni habitó en palacio. Ni menos
se espejó en los oros violáceos de una alberca.
Ni vio jamás a un cisne ni el vuelo de una rana.
Pero cómo se sustenta en un aire de nobleza y dignidad.
Es su orbe de celeste esfera y solitaria soberbia.

La vara mágica del hada no la hizo, ni un espejo.
Tampoco por ella jamás espió un duende.
Si no este ojo lo supiera.

Ni la hizo la lágrima de un mago, por placer,
enamorado.

Amo esa ventana. Su dorado halo.
Cuánto mira al mundo y por ella no mira nadie.
Porque es la ventana, y por alguno de sus ángulos
se mira el mundo sin mirar a ninguna parte.
Y ni se acoge a un palco ni mira una calle.

Porque es una ventana que no es una ventana.
Menos, torre de un palomar en suspicacia.
Ni agudo catalejo con mirador y campanario.
Por eso la amo, avanza despacio, camina a mi lado.

Y no nació de mujer porque es una ventana.
Ni de un alarife, pues no posee dintel ni arco;
sola se sostiene en su sola gracia.

Amo esa venta porque no es, nunca fue.
Las ventanas no se mueven, no conversan.
Y ésta sí lo hace, con arte, levedad
y pompa de gracia.

Para ella, soy alguien.


EL RAYO

El rayo avanza, no cesa; el rayo desvaría
y flamea; el rayo corre a diez mil millas
por segundo, y pasa incendiando mundos,
alamedas; cruza y desborda sobre las iglesias;
el rayo marcha calcinando epitafios y estrellas,
enloquecido y lloroso con sus linternas;
el rayo traspasa límites, cumbreras; y aúlla,
todo amor y llamas, porque lo mata la tristeza.

El rayo revira sobre las plumas del gallo;
el rayo le incendia espuelas y medallones;
el rayo tiembla, se incendia en sí, y se desplaza
en heridas mensajeras palomas, en silentes
incertidumbres y en sucesivos deslumbramientos;
gira en sorpresivos espejos y se airea
en extrañas circunferencias,
se enreda sobre las torres y plumas de
las catedrales y en todo gime y relumbra;
su inútil lágrima brilla en polvos de cocheperla;
su inútil coraza de guerrero es una almendra;
el rayo ruge y aúlla como perro sin dueño;
relincha como caballo herido a latigazo;
llora como marrano en estiércol y atolladero.
Y es inútil su ruego y su fulgurante tristeza.

El rayo marcha, alucinado, con tambores
y faroles, por amor, siempre en pie de guerra;
el rayo es escándalo y luciérnagas por donde pasa;
el rayo es río de ideas y soberbias metáforas
descabelladas, alucinante como las constelaciones;
el rayo enrumba y se eleva sobre vidrieras;
cruje y truena con sonajas locas y toperoles;
el rayo es todo fulgor y lúcidos tambores;
el rayo llora como hombre sólo porque es hombre
y le duele arder en tantas llamaradas, solo.

El rayo se encabrita como potro en libre patio;
el rayo raja el cuero del cielo a limpios fuetazos;
el rayo es sierpe y larga cabellera de estrellas;
el rayo bufa como un toro y es su corazón
un diamante; en su pena relumbra una fresa;
el rayo tiembla y
en la noche brama un mar de confidencias;
el rayo avanza por puentes y jirones;
el rayo refulge estrellas y cruza solitarios puentes;
el rayo es súplica, locura de amor impenitente;
escudo de amor, venablo púrpura y pie de guerra;
el rayo se pintarrajea la cara y es todo flechas,
y arrasa y fluye y grita en desborde
y te busca en delirios y llameantes campanadas;
el rayo, corazón que no se calma, incendia
agitando, arañando, por las ventanas de tu casa,
amor, y no te encuentra.


AMIGA

El resplandor de la tarántula
en el reflejo azul del pantano.

Espera el rayo y la llegada del macho.
Los críos y la cena del puro deseo.

Amiga, hasta el diluvio.
Amiga, hasta la vuelta del arca.

Y cuando nos encontremos,
mejor, ni despedirnos.
Porque, temblamos, enmudecemos.
Porque nos sacudimos, afectados,
Y todo nos parece terso y nuevo.
Y todo verso es reto, rabia, deseo.
Y sofocamos los sentimientos impuros,
las malas tentaciones, el tacto,
los fuegos contaminados,
las flechadas aleaciones,
y el paso en falso, el bals y
los rituales brujos,
demasiado humanos.

Y entonces, nos despedimos sin el abrazo.
Amiga hasta el hartazgo.
Amiga hasta el espinazo.
Amiga hasta el fulgor del lirio emplumado.
Amiga hasta el hallazgo y el rechazo.
Amiga hasta el clavo de olor y el garbanzo.
Amiga hasta sangrar el cadalso.
Amiga hasta el espasmo del gato.
Amiga hasta el estremecimiento y el gemido
del rayo alucinado.

Y, si decimos: ¡basta!
La amistad no tiene diplomacias.
No tiene distancias ni zarpas.
Ni cintas ni calabazas.

Porque cuando nos encontremos
mejor ni advertirnos.
Porque nos agitamos, palidecemos.
Porque nos afligimos.
Y paladeamos los suplicios turbios.
Las robles tentaciones.
Los estruendos refocilados.
Los deseos no reprimidos.
Y dan ganas de matarnos y descuerarnos.
Y ganas del beso, lo no consentido.
Y ganas de oler su seno de un hachazo.

Y entonces,
nos despedimos, sin habernos encontrado.
Y es prohibido todo, prohibido enamorarse.
La amistad es un patíbulo con verdugo.
Es reto y es duelo con patíbulo sordo, ciego,
y es horca que no tiene precio.

Amiga hasta el cantar del ave en agonía.
Hasta el parir del gato despellejado.
Hasta el espantapájaros que ha llorado.
Hasta el manubrio en el organillo herido.
Hasta el mono y el rey perico.
Hasta el perejil y el pepinillo.
Hasta el canto del gallo sin su gallina.
Hasta el roce y beso en el hocico.

Amiga, no nos digamos, entonces,
ni cómo, ni hasta cuánto.
No nos digamos ya no, no tanto.
Porque será mejor –sólo eso– hasta cuándo.
La amistad tiene tantos disparos y mordiscos.
La amistad tiene confite y muchos arañazos.

Pues, no resisto.
Porque, señora, no soy digno.
Soy sólo su amigo, amiga mía.

Amigo hasta su abrigo y su bufanda.
Amigo hasta el último aletazo del gallo.
Amigo hasta el salto de la espuela que clava.
Amigo hasta la flor de su palco.
Amigo hasta la azucena y el batracio.
Amigo hasta el ya no y el crujir del espinazo.
Amigo hasta el rezo y el ombligo acariciado.
Amigo hasta el yunque y el martillo
que ha sangrado.

La amistad no tiene reloj ni calendarios.
Ni medallas ni diplomas.
Ni santiguarse ni pompas.
Ni cuadros de Chagall ni de Picasso.
Tiene raptos y cromatismo locos, extraños.
Un racimo de gatos con uñas y relámpagos.
Un pañuelo con mocos enamorados.

La amistad es bajel en cielo agitado.
Es un ritornelo con un ángel ciego y apaleado.
Un acordeón con tango y sin regreso.
Amiga, sin el hasta luego y el hasta siempre.
Sin el hasta cuándo, y el dolor y el desvelo.
Lo único malo, enamorarse, todo  hechizo.
Lo único malo, arrepentirse, todo fuego.
Cuando es demasiado tarde. Y duele
el rito, la médula y el seso.

Amiga hasta la clavícula y el espinazo
Amiga hasta el relincho azul del caballo.
Amiga hasta el gruñir del chancho entornillado.
Amiga hasta el café, ensalada y yogurt enamorado.
Hasta el hoy no tengo, pero debo
o me cuelgo de un lirio.
Hasta cuando volvamos, sin debut, en un trago.
Hasta el adiós, si se da el sin encuentro.
Hasta cuando el jamás encienda un cirio.
Sin mar de llanto, sin sentimientos.
Amiga que fuiste, sin súplica, ni ruego.

Pero hoy, amiga, tienes tú lo que yo quiero.
Amiga hasta aprisionar mi lengua y mi deseo.
Amiga hasta el colmillo, el lagarto y el cuchillo.
Amiga hasta el olvido y el clavicordio y el veneno.
Mi pequeña, mi flor en incendio.
Amiga hasta el adiós, con un averno.
así, sin flechazo ni mordisco.
Ni bofetada ni beso.
Sino, la indiferencia, el diluvio;
y un cataclismo en este mortal deseo.





ELLA ES LA MUJER
Ella es la mujer que no me ama.
Giuseppe Verdi

Ella es la mujer que no me ama.
La que me saca ronchas
y me tiene en guerra en piojos
en lepra en sarna
y al pie de la hoguera;
la que me hace incendiar campanas,
las puertas del cielo y espantar
a los ángeles y sus sonrisas límpidas
para mí siempre negadas.

No tiene corona de reina ni aires de princesa,
pero qué suave es y qué tierna
y qué pequeña como una almendra,
perfecta
como una uva de estricta miel y circunferencia,
dulce como una ciruela;
pero es la mujer que no me ama.

Tristeza que me empotra.
Muralla que me empareda.
Tormenta que me arrastra, me enrostra,
me ciega, me cruza, desespera.
Clavada la tengo como venablo entre la sien
y las orejas.

Es la mujer que no me ama.
Y cuando me ama, su vacilación
es una trampa.
Y si me besa es
cuando mejor clava sus zarpas.
Ser lúcida le resulta tejer sus telarañas.
Ser tímida y tierna, es su virtud de salamandra.
Es la mujer que no me ama.

Mi pesadilla, mi fósforo dulce y encendido,
mi muerte, mi falta de oxígeno.
La que rompe mis poemas,
mis cábalas favoritas.

Mi horca, mi cuchillo, mi palabra azotada.
La que me lee el pensamiento antes que diga nada.
La que desarma mis trampas y descalabra
mis pobres oficios de aprendiz en magia.  
La que incendió mis palomas, arrojó
al estiércol mis polvos de mago y
quebró mi vara mágica.

La que soltó mis conejos sin el abracadabra
e hizo me atragantara con mi propia espada.

Mis pobres poemas hoy en llamas;
mis metáforas de azufre,
tienen
por ella ahora las alas quebradas, porque
es la mujer que no me ama.

Ninguna palabra mía es para ella clara.
Inventa una retórica sólo para ella válida.
Los lingüistas, la Real Academia, son
para ella nada, ¿quiénes son? ¿Qué valen
las palabras de fina orfebrería,
las metáforas prístinas, crisálidas, ante
el corazón
y el loco amor
de la mujer cuando no nos ama?

El mejor poema de Brasil o Italia
en sus manos es sólo ceniza y hojarasca;
pero hay en su boca cuando lo lee
un néctar o dulcísimo veneno
como de flor imposible, delicada.

Le doy cuanto me pide,
libros, cenas, lugares imprevisibles;
mi tristeza por ella es insólito pegazo
que en oro, cera, plumas, vacío,
en pleno vuelo se desarma;
es mi amor por ella inútil tesoro de piratas.

Y aunque me embarguen
los más bellos deslumbramientos,
y aunque a un suspiro me eleve, fakir,
y de amor
por ella vuele sobre los aires
y me sustente
a un metro de sus manos y su aura;
ni las levitaciones,
ni mis actos de tragafuego con puñales
ni la sombran ni la apiadan.
Es sólo para mí de hiel, de hielo, su alma.

Es la mujer que no me ama.
Grita, capaz es de tirarme
el ramo de flores
la taza de té en la cara;
decapitar mis palabras,
arrancar mi lengua, mis ojos,
y si llora, será por mí;
es porque no me ama.

Su filosofía es pensar en sí o en nada.
Y cuando tiene mucho que decir, calla.
Y cuando no debiera ni pensar, habla.
Y si guarda silencio, suspicaz,
es lora cotorreando a solas, constipada.

Y si danza, semeja una araña con reuma;
y si opina, oh Grecia, oh Atenas
sus críticas son teorías de guerra,
de las más sofisticadas.
Toda ella es ciencia en sabias ignorancias.

Su industriosa inocencia es
de la más bella poética:
la del ofidio con alas
que a la ave embelesa y alaba
con artimañas.

Y yo, sin recursos ni intrigas;
mis argucias más sutiles,
mis adagios con filósofos
de Noruega o de la India, 
son para ella cañones con balas de salva;
pobres río de tímidas aguas
que se desbordan ante sus ojos bellos;
y es cuando su risa ante mis ruegos
es terciopelo y navaja.

Es la mujer que no me ama;
pero, dice: es mi amiga
y se adormita en mi cama,
con ella, en ella misma,
y viéranla cómo se ama y regocija
y retuerce como gata ronroneando
sobre mi almohada;
pues sabe bien cuánto la amo
y hace lo que le viene en gana.

Te la podría presentar; otros
la correrían a palos
como a cabra alocada;
o peligrosa como vaca de monte.

Pero yo en
la amorosa horca de sus manos,
exalto ante ella mis plegarias.
Doblego mis rodillas, mi alma.
Y le digo: Dios te salve, reina.

Dulce es por ti mi averno, mi hoguera.
Dulce mi condena, mi azote.
Estas llamas que me consumen y tienen
tu nombre.



EL POEMA QUE BUSCO

El poema que busco
es el inesperado.

La palabra que pretendo
es la siempre ausente.

La verdad que deseo
es la inconquistable.

La filosofía que aspiro
es la ausente presente.

Mi religión:
sólo interrogantes y dudas.

El antidogma es mi paraíso.
Y mi sermón, vacilaciones, incertidumbres.

Si busco profecías
el absurdo me conduce a todas las verdades.

Por eso, la frase a la que aspiro
es la innombrable.

Y nada me contenta más
que la ciencia de lo inexacto.

Nada me enfurece más
que un victorioso fracaso.

Y no aspiro otro cielo
más que aquél que se llevó el diablo.

Mi reclamo está hecho
de lo que no busco ni pretendo.

Mi rechazo al mundo
está hecho con lo que más amo.

Ser y no estar conmigo
es desvivirme pero reconfortado.

No ser y estar presente
es hallarme en ningún punto
pero conforme con el mundo aquí, a mi lado.



EL COLOR QUE MÁS ME GUSTA

El color que más me gusta
es el ausente;
aquél que olvidaron los pintores en el cuadro;
aquél que usan los músicos;
aquél que sólo oyen los pájaros
o es duda y cálculo en los matemáticos.

El color que más me gusta
es aquél que no se ve ni en la sombra
ni en los poliedros, menos en los templos,
ni se entrega en ofrenda ni se ofrece a cambio.
Menos, nadie lo nombra.

El color que más me gusta
cae, a veces, como fruta madura
de una campana absurda;
sólo se le siente
o es sólo un presentimiento;
pasa como un astro;
o es sólo sospecha de un entomólogo
ante una libélula al vuelo
de un hachazo.

El color que más me gusta
es aquél que es transparente
como un espeleólogo ante un milagro,
como una certeza que vacila
en mitad del puente en descalabro;
o una burbuja que duda
de su esfera
de
repente.

Por eso, el color que más me gusta
es aquél, de a lado, huidizo porque ya no es
o fue.
Y porque está ausente.



1 comentario:

  1. Un gran poeta guardado o escondido. Su notable narrativo, ha hecho poner un velo a su expansiva y hermosa poesía. Pocos como él, en el dominio de los géneros. En todos ha destacado. Sus poemas son mensajes para meditar gozar y aprender. Me he sentido feliz, haber descubierto un poeta verdadero.

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