viernes, 7 de marzo de 2014

SOY EL ALGARROBO

                   SOY EL ALGARROBO 1975
Cronwell Jara Jiménez


      ¡Regocíjate y admírame!
      ¡Eh, tú, veme rodeado de florecillas de puño, festejado y alabado por picaflores de fuego y chilalos, como a un dios que se adora!

      ¡Soy el Algarrobo!
      Mi reino es el desierto. No preciso de trono ni túnicas ni plumajes con narigueras de oro; ni collares de ónix, amatistas, adornados en conchas y azules perlas. ¡Mi reino es el desierto bajo un sol de amapolas, donde El Padre Dios Luna es iridiscente y las dunas fosforecen!

      Ahí donde el sol abrasa, donde el hombre muere, ahí enraízo y engendro. Y me sumerjo desde el fuego hacia el fuego de las húmedas profundidades. Y alzo así, ¡la vida! ¡De frescura y aroma es mi palacio!

      Me retuerzo. Me calcino. ¡Batallo! ¡Y no necesito corazas, turbantes ni penachos! Mi corona es de astros. Me escoltan el colambo, el macanche. Soy el Algarrobo. ¡Sangre del Dios Felino, hermano del Dios de las Cejas Prominentes!

      También soy tu Protector, tu amigo.
      (Quien te arrulla y con su brisa de verdor te acaricia, guarda en su memoria milenaria los himnos, fábulas  y  oraciones –de odio y amor, con rabia de celos y fe sin temores–, de las altas dignidades; hasta las súplicas y desvelos de los humildes ancianos y mujeres en los antiguos templos. ¿Quieres oirlos?

      ¡Tinmác! ¡Mecca–Amoc! ¡ñapica! ¡Mec Non!)

      ¡Soy el Algarrobo!
      Y así no lo creas por mi savia murmuran viejas voces de cuantos reyes y sabios, sacerdotes y princesas, esclavos y guerreros de los Reinos Tallanes o de los Palacios Vicús con sus fortalezas y pirámides, que cruzaron mis desiertos con pitillos, caracoles y atabales  –¡en caravanas con osos, monos y pumas domésticos! –, buscando mi manantial de frescura. ¡Mi fruto de jugo en aromoso oro! ¡Mi puñal nutricio! ¡Mi protección! ¡Mi leña de prodigio!

      (Pero mi soberbia es de suave signo  –¡tigrillos, zorros, no me teman!–, pues igualmente de ofídios y jañapes soy escondrijo.)

      ¡Y tú sabes de las maravillas de que soy capaz!
      Sobre mis hombros he sostenido reinos, he construido ciudades –¡arquitectura, astronomía! ¡Ciencia de orfebrería fina!–, organizando la vida de los hombres. Y celebrando la fundación de sus alimentos: ¡Conservas!, ¡Maíz Tostado en arena! ¡Cecinas aliñadas! ¡El Seco de Chabelo y la Sopa de Novios! Y les inventé la Chicha y sus rituales. ¡Soy el Algarrobo! Y así les di vida y sentido a sus hábitos. Rieron sus corazones y fui centro de sus ceremonias nupciales. ¡Soy el Algarrobo!

      Y dando de beber a todos, hasta embriagarnos, ¡también embromeé al hombre: lo reconozco! ¡Mágico y alado me transformé en aquel halcón viril que secuestró a más de una virgen! ¡Para desnudarla y hacerla novia mía en un lecho de florecillas, entre mis brazos de alado tigre!

      ¡Soy el Algarrobo!
      A veces filósofo. A veces oráculo. ¡Y en otras, chilalo charlatán, dios mendigo o sacerdote mago! Y es que como Ser Divino también me divierto: y tengo mis vanidades y caprichos.

      (La Lagartija–Arco–Iris, en mi reino, es mi protegida; y me entretengo con las charlas divertidas de millones de minúsculos multicolores insectos: zambapalas, gusanillos, luciérnagas, hormigas aladas. Que me relatan, riendo, historias cotidianas de antiguos dioses hoy dormidos. Soy el microclima, el azul universo encendido que les otorga la vida, ríos de sabia, puentes colgantes de dicha, ciudadelas sumergidas, fábricas de botijuelas en almíbar y oro líquido, hospitales, almacenes, delicadas edificaciones para los críos, cárceles, y cementerios y hasta plazuelas para el jolgorio. Por mí, el alacrán tiene el aguijón de oro y las increíbles pinzas, tan sabias).

       Sí, este zarpazo de vida soy. La energía que te falta cuando tu vida se rinde. ¡Mi espíritu se rebela cuando todo muere!

       ¡Soy el Algarrobo! ¡Ultimo Dios Guerrero! ¡Espiritual, Hijo Predilecto, el Favorito de los Cielos, El Que No Cede! ¡Hijo Divino del Padre Luna! ¡Antiguos y mágicos himnos a mí me arrullaron! Virginales niñas preciosas, hace siglos, me veneraban acariciando adorando mis folíolos, mis raíces, cada flor en retoño y cada tallo encantado. Me entonaban los himnos más sublimes, me regaban miel, inciensos, perfumes finos, misas; y vertían a mis pies riachuelos de pétalos con música de tambores y alegres pitillos.

      Sabios, ¡sabían que a cambio, yo, bajo los arco iris, les refrescaba la vida!

      Silipú, Simbilá, Cutibalú. Y también Yarlequé, Cucungará, ñarigualá, ¡son mis silbidos!  –diez mil reinos, cien mil mundos floreciendo en dicha nupcial, en la danza festiva de mi sangre que ruge en música de astros, ebria de fiebre y amor, con hogueras de alegría.

      Ipanaqué, Tacalá, Tuñalí. Pero, igual, Chililique, Sheyín y Malacasí. Universos sabios que inventé, como trinos en miel incendiados. ¡Luceros, cascabeles, bodas de la Diosa Arco Iris con el Dios Luna copulando, para que la progenie siga!             
      ¡Soy el Algarrobo!

      ¡Tangarará, tambor nupcial y yupicín, licor de guerra! Los nombres que elegí, azules, como ágatas jaspeadas, traslúcidas, en relámpagos de zafiros, como flores de nube, relumbran en mi corazón hecho de constelaciones. ¡Míralos!

       ¡Son mi raíz, los ojos dulces y dorados del venado!
¡El oro del tigrillo y el oro de las semillas! ¡También el fértil fulgor del limo en los ríos alados! ¡Ríos que vuelan, de un cielo a otro, como relámpagos! ¡Relámpagos que flamean emplumados bajo los ríos!

      ¡Y el fulgor de los astros que por las noches nos va nutriendo! ¡Y este amor, amor por ti, que a hachazo limpio me va quebrando!      



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